Me rompe la cara a pollazos

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Mis 22.5 centímetros de carne seguían duros, muy duros. Acabar de lechearme como un cerdo no resultaba suficiente para que mi pollón entra...

Mis 22.5 centímetros de carne seguían duros, muy duros. Acabar de lechearme como un cerdo no resultaba suficiente para que mi pollón entrara en reposo y disfrutara de uno de los orgasmos más excitantes que había vivido.

Todavía seguía privado de la vista, sumergido en una oscuridad absoluta, sin saber dónde estaba o qué hacía el todopoderoso árabe que guiaba y dominaba mi cuerpo con total impunidad.

Ardía en deseos de probar sus labios, de tocar su cuerpo, de hacerme con su gran rabo moreno, pero Khaled no estaba dispuesto a perder el control y cedérmelo. Tampoco a follarme tal y como esperaba.

Khaled tenía otros planes. Otros que escapaban de mi imaginación más cachonda. Otros en los que me resultaba imposible avecinar su siguiente movimiento.
El desconocimiento absoluto de todo cuanto me rodeaba conseguía que, a pesar de sentirme satisfecho con la corrida, aún estuviera expectante y cachondo, muy cachondo.

Tumbado sobre la cama, exhausto, sentí cómo Khaled se acercaba a mí. El simple hecho de notarlo cerca era motivo suficiente para que el deseo aumentara, y las ansias se apoderaran de mí.

¿Qué vendría ahora?

Él no se había corrido, ni siquiera lo había podido tocar todavía. Sus suspiros y jadeos discretos invadían la habitación de donde quisiera que estuviéramos mientras su cuerpo se acercaba al mío y su lengua jugaba con mi cuerpo.

Sí, Khaled estaba tan excitado sino más que yo, y saber que sus pelotas yacían petadas de leche; y saber que en cualquier momento explotaría, pero ignorando dónde o cómo, simplemente, me volvía loco.

¡Muy loco!

Entonces sus manos, grandes y fuertes, me sujetaron la cara con suavidad. Luego solo una de ellas me agarró por la barbilla, y de repente, de repente me estremecí, sintiendo su polla recorriéndome la cara despacio, muy despacio.

Khaled gemía a cada milímetro que su rabazo, largo, moreno y sin circuncidar, acariciaba mi rostro. Estaba húmedo, sí, su capullo estaba expulsando precum, y ahora el rastro del mismo quedaba grabado en mis cachetes con sutiliza.

Cachondo, muy cachondo, sentí la necesidad de girarme en busca de su polla. Necesitaba metérmela en la boca, chupársela tal y como mi cuerpo me estaba pidiendo. Necesitaba comerme su polla como un loco.

  — Todavía no, James—ordenó en rotundo.
  — Te la quiero chupar—exalté, suplicante. 
  — ¿Sí? ¿Te quieres meter mi rabo en la boquita?—susurró, cachondo.

Gemí.

   — ¡Sí! ¡Quiero!
  — No, todavía no. Cierra la boca.

Y lo hice.

  — ¡No la abras, James!
  — ¡No!

Y me pasó su rabo humedecido en el precum por los labios con mucha paciencia, con mucha calma. Sí, solo tenía que abrir la boca y podría meterme su pollón sin que Khaled pudiera evitarlo, pero obedecí.

Si quería descubrir sus morbosos planes, si quería seguir disfrutando de la incertidumbre y la excitación que Khaled y sus juegos me estaban proporcionando debía obedecer.

Pero la tentación era muy grande y el deseo parecía consumirme sin dejarme espacio para decidir con claridad. Solo necesitaba sentir su rabo en mi boca, y la jodida piel que le sobresalía del prepucio se adentraba contra todo pronóstico entre mis labios.

Instintivamente fui abriendo la boca, muy sigilosamente, facilitando la entrada de su piel y quizá, quizá también la de su capullo al completo.

  — ¡Para! ¡Cierra la boca, James!

Sufría, sufría con su juego. Si estaba buscando volverme loco, si estaba buscando que la sangre de mi cuerpo se acumulara en el rabo prohibiéndome pensar en otra cosa que no fuera en las ganas de sentirlo en mi boca, sin duda lo estaba consiguiendo.

Cerré la boca.

Su rabo empezó a recorrer mis labios, y mientras creía que el siguiente paso sería follarme la boca, sin otro movimiento sorpresa que me enloqueciera, su pollón dejó de acariciar mis labios para dar paso a su vaho.

Ahora su boca estaba cerca de mi boca. Podía sentir su respiración acelerada, sus labios a punto de besar mis labios. Entonces me escupió, dejándome su saliva centrada en los labios, aunque derramándose suavemente hacia la barbilla.

Y su polla volvió a mis labios, esta vez para jugar con su saliva, que restregaba usando su capullo, humedeciéndome la boca forzada a estar cerrada. No solo sentía cómo su cabezón jugaba con mis labios, sino que su olor a polla de macho cachondo me embriagaba directamente.

¡Me tenía a mil!

De repente dejé de sentir su polla acariciando mis labios. Durante segundos solo sabía que estaba ahí, a pocos centímetros de mí, pero ya no me tocaba. ¿Cuál sería su siguiente movimiento? ¿Qué me esperaría?

No pude resistirme más.

Saqué la lengua y me relamí los labios.

Su saliva, su precum, los restos de su polla en contacto con mis labios, toda su esencia ahora estaba en mi lengua, y en mi saliva, como los restos de un dulce que relames con placer.

  — Eso es, saca la lengua, James.

Y la volví a sacar.

  — Eso es, muy bien. Ahora quieto.

Y su rabo se posó con delicadeza en mi lengua antes de que su pollón comenzara a darme leves pollazos. Luego me dio pollazos en los cachetes, primero suaves, después fuertes, y más fuertes, como si deseara romperme la cara con la rigidez de su polla.

Sí, me estremecía, me estaba llevando al éxtasis más profundo que podía sentir.

Quería más, lo quería todo.

Y su rabazo volvió a mi lengua, se posó sobre ella, y advirtiéndome de la necesidad de quedarme quieto, y no chupar, comenzó a menearse el pollón con fuerza mientras sus jadeos me ponían a mil, y su aliento excitado invadía la habitación de donde quiera que estuviéramos.

No tardó demasiado, Khaled estaba tan cachondo sino más que yo, y sus pelotas no podían estar más cargadas de leche. Leche que soltó a presión sobre mi lengua, mis labios, mi cara, incluso mi garganta, pues en medio de la vorágine de placer no pude evitar abrir la boca para recibir toda su lefa.

Cuando terminó de correrse, su rabo buscó todos los restos de leche que había derramado sobre mí, y arrastrándolos con su capullo, fue dándomelos de beber, despacio, muy lentamente. Su capullo llegaba lecheado a mi boca y tras unos segundos de limpieza intensa con mis labios y mi lengua, se arrastraba por mi cara en busca de más.

Entonces pude comerme su pollón, terminar de limpiarlo, y saborear cada centímetro de su trozo de carne con gran excitación.

Mientras pensaba que ya había terminado todo, Khaled me retiró por fin el antifaz negro que me mantenía en la más absoluta oscuridad, y seguí a oscuras, llevar tanto tiempo con los ojos tapados no me devolvió la vista al instante. Luego, pude ver dónde estaba, donde había disfrutado tanto del sexo sin penetración ni mamadas.

Khaled era un Dios, un puto Dios del sexo del que aprendería todo, y este lugar, este lugar era el mismísimo cielo.

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El Diario Sexual de James: Me rompe la cara a pollazos
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