Levantarte empalmado es una de las sensaciones más placenteras del día a día. Es como afirmar que estás vivo, que tu miembro, siempre con ...
Y qué mejor manera para corresponderle que liberándole del calzoncillo que lo mantiene preso.
Suavemente, y aún con los ojos cerrados, empecé a acariciarme el pollón de arriba abajo.
Normalmente debo cuidarme de que mis padres o mi hermano me descubran en pleno apogeo, pero hoy, aprovechando la soledad que la mañana me había regalado, no tardé en destaparme y dar rienda suelta a la pasión.
Resulta más que interesante cómo la respiración ayuda a potenciar el placer. Cuando reprimes los gemidos, incluso cuando intentas desacelerar la respiración para disimular los sonidos del gusto, el placer llega y es sublime, sin embargo, cuando permites que el aire fluya a su ritmo y los jadeos tomen el control, la sensación placentera de cada meneo se multiplica, igual que el orgasmo, que hasta parece más duradero, e intenso.
Me iba imaginando que estaba con David. Tumbado sobre mi cama, mi lengua recorría cada centímetro de su musculado cuerpo mientras mis manos se hacían con el poder de sus piernas, fuertes y definidas, y subía lentamente hacia su rabazo, grande y gordo, que me esperaba con una erección de caballo.
Recordar el sabor de su polla, o cómo lamía una y otra vez el lunar de su prepucio, conseguía ponerme a mil. Luego estaba su leche, expulsada en grandes cantidades, siempre tan blanca, espesa y agria, que su descenso por mi garganta se me antojaba amarga, pero morboso, muy morboso.
La leche de Khaled, al contrario, siempre tenía mejor sabor. Si bien tenía ese toque agrio tan característico, tragarme su lefa resultaba más apetecible que la de David.
¿Y cómo sería comerme sus dos pollas a la vez?
¿Y cómo sería que ambos me lefaran la boca?
La idea me ponía cardiaco. Hacerme un trío con David y Khaled, en esencia, resultaba morboso, aunque pensado fríamente no terminaba de convencerme.
De hecho, imaginarlos juntos, lejos de excitarme, me cortaba el rollo.
Terminé de menearme el pollón con fuerza mientras mis gritos inundaban la habitación y mi lefa se quedaba esparcida por mi barriga y el pecho. Luego, pasé el dedo por la leche y la llevé hasta mi boca.
¿Habremos probado todos nuestra propia lefa?
¿También los heterosexuales? Imagino que sí, que la curiosidad nos sacude a todos por igual independientemente de nuestra condición sexual.
No había vuelto a hablar con Khaled desde que me dejó en mi casa. De camino intenté convencerle de que podía confiar en mí, de que sus secretos estaban a salvo conmigo, de que fuera lo que fuera que me escondía no haría cambiar lo que quisiera que tuviéramos. Y es que hablar sobre lo que tenemos es más que complicado, porque, qué tenemos. Incluso usar un nosotros se me antoja extraño y confuso.
La idea de comerme las pollas de Khaled y David simultáneamente, aunque no me gustaba mucho en sí, sí que había despertado en mí las ganas de aventurarme en un trío. Para ello necesitaba a dos más. Podría encontrarlos fácilmente en algún lugar de cruising, incluso buscarlos a través de Internet, pero me faltaba paciencia y me sobraban ganas.
Entonces pensé en Adrián.
Y tal y como esperaba el niñato cachondo estaba disponible. Mis 22.5 centímetros de rabazo volverían a adentrarse entre sus nalgotas y su agujero tragón. Solo había un problema: el tercero, un pibe de veinte años, que decía ser exclusivamente activo, y yo tenía muchas ganas de clavar mi rabo como para compartir agujero con él.
Sin embargo, cuando lo vi, no solo no me importó que fuera activo y solo activo, sino que me generó un morbo único e impresionante. Mulato, de labios carnosos y ojos verdes, cuerpo esbelto y nalgas pronunciadas, Jasiel, joven y masculino, captó enseguida toda mi atención. Serio y callado, el mulato de ojos claros se limitó a estrecharme la mano con fuerza.
— Mi amigo no besa—me había advertido Adrián.
En su momento lo tomé con cierto alivio. Yo tampoco beso, no a cualquiera. Ahora, teniéndolo frente a mí, las ganas de comerle la boca crecían como una majestuosa erección.
La situación se me antojaba incómoda. Callados, mirándonos de reojo, nos manteníamos quietos, sentados en el sofá del sillón, con Adrián en el medio. ¿Alguien debía decir algo? ¿Cómo íbamos a dar comienzo al trío? Las dudas no tardaron en despejarse.
Las manos de Adrián se fueron en busca de nuestros rabos, y después de unos minutos sobando paquetes, fui yo quién decidió bajarse el pantalón y sacarse la polla. Jasiel me siguió, atento.
Moreno, depilado y sin circuncidar, la polla de Jasiel parecía un perfecto lápiz. Largo, delgado y con las pelotas pequeñas pegadas al culo, se me antojaba de lo más morboso.
Primero la boca de Adrián se tragó mi rabo mientras su mano pajeaba la bonita polla de Jasiel. Luego cambió. Ahora mi polla, húmeda y babeada, era usada por su mano en un meneo constante.
Jasiel yacía con los ojos cerrados, disfrutando de la mamada. Me ponía, me estaba poniendo a mil. Entonces empecé a buscar el agujero tragón del niñato mientras me sentía incapaz de retirar la mirada del mulato.
Y la boca de Adrián volvió a cambiar de polla.
Y Jasiel se hizo con el control de su culo y sus nalgotas, pero no se conformó con manoseárselas, ni siquiera tenía intención de comerle el culo. Simplemente lo colocó a cuatro patas mientras él seguía chupándome la polla, y directamente, y sin ningún cuidado, se la clavó de un solo empujón.
Adrián gimió como un loco.
Sus fuertes embestidas provocaban que me follara la boca de Adrián con el mismo vaivén. Entonces se detuvo, sacó su polla-lápiz de entre las nalgotas, y me cedió su culo. Ahora Adrián le comería la polla mientras mi pollón lo atravesaba con fuerza.
Como una batalla de vencedores, la disputa silenciosa se basaba en quién se lo follaba más fuerte, o eso interpretaba yo de sus gestos y miradas. Su voz, de la que solo había escuchado un hola, seguía ausente.
Cansado de recibir una mamada, o con ganas de penetrar, Jasiel se levantó y se puso a mi lado, expectante. Sabía que quería ocupar mi lugar, sabía que le tocaba clavar su bonita polla entre las nalgas del niñato, pero yo quería más.
Entonces llevé mi mano hasta su rabo y se la meneé mientras embestía con fuerza a Adrián. Su culito tragón, capaz de hacer desaparecer mis 22.5 centímetros de carne, invitaba a que lo reventara sin compasión. También me estaba gustando sentir la rigidez de su mulato rabo entre mis manos, y para cuando tuve la intención de inclinarme y chupársela, Jasiel ya había decidido que a falta de las nalgas de Adrián, buenas serían las mías.
Sus manos se posaron sobre mi cintura, y a través de la fuerza con la que me agarró me indicó que me detuviera. Entonces, quieto pero con mi pollón dentro de Adrián, Jasiel procedió a enchufarme su polla-lápiz con fuerza.
Y el placer más absoluto me invadió.
Sin embargo todavía no había conseguido penetrarme en profundidad, y no lo hizo, sino que lo hice yo. Lentamente, mientras me follaba a Adrián con mi rabo también me follaba a Jasiel con mi culo. Ambos quietos, y a mi merced, la sensación de control y poder me envolvió ipso facto.
Me encantaba la sensación de tener un buen rabo dentro de mi culo mientras mi rabo yacía dentro de un buen culo, era un intercambio sublime y espectacular, que solo podía terminar de una manera.
Rápido, cada vez más rápido, los gemidos de Adrián se mezclaban con los míos y con los de Jasiel. No quería que terminara, todavía tenía muchos planes para este gran trío, pero Jasiel gritó mientras mi culo se lo follaba con fuerza, con mucha fuerza, entonces sentí cómo su leche me petaba el culo, y ¡Joder!, no pude evitar petarle el de Adrián.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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