— ¡Joder, loco! Quería darte una sorpresa y me la has dado tú a mí—dijo con los ojos brillantes, cubiertos por lágrimas que i...
DOCE HORAS ANTES.
Cumplir la mayoría de edad me dio una libertad que solo veinticuatro horas antes no tenía. Mis padres se mostraban compasivos, dispuestos a no presionarme como acostumbraban a hacer. Sabían que tenía pensado celebrar mi cumpleaños con una fiesta que podría demorarse como nunca.
— Pásalo bien, hijo. Confiamos en ti y en tus decisiones. Ya no eres un niño. Te toca demostrarlo.
Mis padres habían ido aprendiendo el arte de educar como, supongo, aprendemos todos: gracias a los errores. Ya habían perdido a mi hermano con sus exigencias y pretensiones, cuando, con dieciocho años, decidió emanciparse con una mano delante y otra detrás, y no fue hasta seis años después que volvió a casa y la situación se tornó diferente.
Ahora, conmigo, se empeñaban en repetir los mismos errores del pasado, ¿querrían evitar que su hijo pequeño abandonara el hogar familiar al cumplir la mayoría de edad?
Mis padres me hicieron el mejor regalo que podrían hacerme: la confianza, y la posibilidad de poder caerme para aprender a levantarme. En ese momento no creí que sus intenciones fueran reales, tuve que ir descubriéndolo con el día a día, comprobando que, dentro de unos límites, mi condición de mayor de edad me otorgaba unos derechos y obligaciones que antes no tenía, una libertad que debía aprender a usar.
— Sé justo y generoso, y recuerda, hijo. Tú libertad termina donde empieza la de otra persona. No rebases nunca esa línea.
Cena y discoteca eran los planes que tenía con mis amigos para celebrar mi cumpleaños, pero Khaled me había llamado para quedar, y el debate en mi interior estaba servido. Deseaba tanto verme con los colegas, con David, como con Khaled, y no, no era una decisión fácil.
Los momentos junto a Khaled siempre resultaban especiales y extraordinarios, tanto para bien como para mal, pero en nuestro último encuentro, en la playa, de noche, habían saltado chispas que prometían. Sí, había escuchado prácticamente todo lo que quería oír, y no solo con palabras, sus gestos tampoco callaron, demostrando que le importaba.
Debía decidir, y decidí, con la cabeza: quedaría con mis amigos como tenía planeado, aunque mi cuerpo me pidiera a gritos ver a Khaled, debía mantenerme fuerte. No, él no tenía derecho a decidir cuándo y dónde nos veríamos. No, vernos no podía depender exclusivamente de él. Yo también tenía algo qué decir, y empezaría con esta noche.
— Es mi cumpleaños, tío. Ya quedé con los colegas.
Sin embargo Khaled no estaba dispuesto a darse por vencido, y una hora antes de mi cita con los colegas, el teléfono volvió a sonar.
— Baja.
— ¿Qué?
— Estoy aparcado a dos calles de la tuya.
Sonreí, entusiasmado.
— Te dije que había quedado—intenté mantener la actitud de seguridad con la que había rechazado su invitación para vernos esta noche. De seguridad y enfado. Sí, enfado, quería hacerle entender que no estaba disponible solo para cuando él quisiese.
— Te tengo un regalo, bobo.
Me derritió.
Khaled me esperaba en su coche con una sonrisa brillante entre la barba oscuras y perfilada que ocultaba parte de su cara. También llevaba una gorra negra que me recordó a aquel momento donde nos conocimos. Estaba guapo, más guapo de lo que recordaba.
— Vamos.
— ¿A dónde?
— Es una sorpresa, James.
— Vale, pero quedé en menos de una hora.
Sonrió.
— Pero para que la sorpresa funcione, tienes que ponerte esto.
Y me enseñó un antifaz negro que me puso con delicadeza.
— Debes prometerme que no te lo quitarás.
— De acuerdo.
— ¿Me lo prometes?
— Sí.
— ¿Sí, qué?
— Te lo prometo, Khaled.
Los nervios me estaban devorando desde su llamada, y aunque parecían no poder ir a más lo habían hecho a cada paso que daba, y crecieron todavía más cuando lo vi, y más, cuando sentí su cuerpo cerca del mío y sus manos me tocaron mientras me ponía el antifaz.
Ahora, indefenso, me preguntaba cuál sería la sorpresa, a dónde me llevaría, qué haríamos. Y de repente, de repente me dejé llevar sin importarme mis otros compromisos. Sí, Khaled tenía ese poder sobre mí.
— ¿Dónde vamos?
— Ya lo verás.
— Dame una pista.
— Te gustará.
Y su mano cayó sobre mi muslo provocando que me exaltara.
Cuando se anula un sentido los demás se intensifican. Y tanto que se intensifican.
No solo no veía nada, sino que desconocía cualquier aspecto. Solo estábamos la mano de Khaled y yo, inmensos en la oscuridad y el silencio. Excitado, la situación me tenía excitado.
¿Qué pasaría? ¿Cuál sería su siguiente movimiento?
Khaled lo tenía claro, y lentamente su mano buscó mi paquete. Mi pollón se estaba alzando, despreocupado. Si había coches cerca, o miradas indiscretas que pudieran percatarse de cuanto estaba a punto de ocurrir, me daba igual. En mi submundo no existía nada ni nadie más que nosotros.
— ¡Sácatela!—ordenó.
Y me la saqué.
Entonces su mano se hizo con el poder de mi rabo, que suavemente empezó a acariciarme cada centímetro de la polla. Luego me la meneó con calma durante escasos segundos y paró.
— ¡Espera!
Y me esperé, cachondo e impaciente.
Y su mano volvió a mi rabo, esta vez para menearlo con rapidez.
— ¡Te la quiero comer!
— ¡Hazlo!
Y escuché cómo escupió. Ahora su mano húmeda se concentraba en manipularme el capullo bajo un movimiento circular que usaba mi prepucio para exprimírmelo como una naranja.
Gemí, gemí cachondo, muy cachondo.
No ver nada, no saber nada, depender de él, de su mano, de su voluntad, me tenía cardiaco.
Morboso, no podía resultarme más morboso.
— ¡Me tienes a mil!
E intenté buscar su rabo entre la oscuridad.
— No, ahora no—dijo, tajante—. Quiero que te corras en mi mano, James, ¿de acuerdo?
— Sí—suspiré, excitado.
Y su mano me agarró la polla con firmeza. Entonces empezó a meneármela con fuerza mientras mis jadeos iban in crescendo a cada segundo. Sí, había perdido la noción del tiempo, el control sobre todo cuanto me rodeaba. Solo estábamos mi polla y Khaled haciéndome un pajote.
Un increíble y morboso pajote que terminó con mi leche derramada en su mano, y entre sus dedos largos y morenos como su rabo. Sí, estaba tan cachondo que aún corriéndome de placer mi rabo se negaba a perder la rigidez.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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