Ya tenía las pelotas vacías y la sensación de placer absoluto me recorría el cuerpo. Me lavé las manos mientras echaba un vistazo a los ...
Me lavé las manos mientras echaba un vistazo a los urinarios. No había nadie, pero el olor a macho yacía impregnado en el ambiente. Y de nuevo volví a formularme la misma pregunta de siempre:
¿Cuántas pollas han visto estas paredes? ¿Cuántos tipos de rabos han pasado por aquí? ¡Quién pudiera ser pared de un baño público durante un día, o unas horas!
La idea de imaginar a miles de machos, físicamente de todo tipo, meando con sus rabos de todas las formas y tamaños bajo este mismo techo, me encendía.
Adrián no había salido del cubículo. Podía volver hacia él, ordenarle que me lubricara la polla con sus babas y luego clavarle mis 22.5 cm enteros entre sus dos grandes nalgas. Podría reventarle el culito antes de llenárselo con mi leche y salir completamente extasiado del baño... y solo de pensarlo, mi pollón comenzaba a alzarse de nuevo.
¿Voy? ¿Paso de todo?
En medio del debate la puerta del baño se abrió para dar paso a un treintañero alto, fuerte y barrigudo con barba desaliñada de días y pelo rapado. Todo apuntaba a que acababa de salir del curro, también a que acicalarse no solía entrar dentro de sus planes. Vestía con un mono azul enterizo manchado de pintura, y el sudor no solo se apreciaba con la vista.
Quizá porque ya estaba cachondo.
Quizá por sus pintas de obrero machote.
O quizá porque imaginé el olor intensificado de su polla justo antes de metérmela en la boca.
No lo sé, pero de repente se me antojaba follarme al operario descuidado y sudoroso.
Visiblemente heterosexual, la caza podría no resultar satisfactoria, y Adrián no solo había salido ya del cubículo sino que se despidió con una sonrisa y un llámame, discreto y silencioso.
Mi plan de meterla en caliente se complicaba. Sin Adrián, y con el barrigudo meando dentro de uno de los cubículos, la posibilidad de enchufarle el rabo se reducía a cada segundo.
Tenía que pensar en una forma directa pero discreta de entrarle sin que pareciera un intento de violación. Sí, no podía irrumpir en su cubículo con la polla al descubierto. Tampoco provocarlo meando a su lado tal y como pensaba hacer.
Su chorro perdía intensidad, en menos de uno o dos minutos estaría fuera del baño. Debía pensar en algo, y debía ser ya.
Asumiendo la posibilidad más que probable de perder a la presa, o incluso de que ésta me dejara el otro ojo morado, decidí ponerme en el primer urinario que vería tras salir del cubículo.
Ahora, con la polla dura y meneando ligeramente el prepucio de arriba abajo, tocaba esperar a que mi presa saliera, me viera, y se sintiera atraída por las dimensiones extraordinarias de mi rabo.
Sin embargo podría pasar desapercibido fácilmente. Mi presa no solo podría escapar por no querer nada conmigo, sino que quizá ni siquiera llegase a darse cuenta de mi proposición.
Sí, estaba corriendo muchos riesgos, ¿por qué no uno más?
Dominado por la excitación, la sangre que debía regar mi cordura se hallaba concentrada en la punta de mi polla. Empalmadísimo, con el corazón a mil por hora, y los nervios apoderándose poco a poco de mis piernas, mis manos y mi garganta, decidí bajarme ligeramente el pantalón.
Con medio culo al aire, y mirada al frente, empecé a menearme la polla suavemente como si no quisiera nada con nadie, como si estuviera escondido en la intimidad de mi habitación.
Mi presa me iba a ver masturbándome descaradamente pero con disimulo. También podría verme cualquiera que entrara en ese momento en el baño. Sí, mi plan era actuar como si no tuviera ninguna intención, como si únicamente quisiera disfrutar de la soledad del baño y un buen pajote.
El chorro de mi presa se unió al silencio del baño. Entonces escuché cómo cogía papel, e imaginé cómo se estaría secando las últimas gotas directamente del cabezón de su rabo. Seguramente también le daría un par de meneos y pollazos al papel antes de devolverla a los calzoncillos que llevarían todo el día sujetando su rabo.
Me puso cardiaco.
¡Quién fuera ese papel! ¡Quién fuera esos calzoncillos! ¡Quién fuera esa mano que ahora mismo agarraba su polla!
Y salió del cubículo.
Sin hacer el más mínimo ruido, podía intuir a mi presa de pié, tras de mí, quieta.
¿Qué estaría pasando por su cabeza?
El pulso se me aceleró aún más, y la excitación provocó que unas gotas de precum humedecieran el cabezón de mi rabo. Me sentía observado, aunque ignorando la intención y los pensamientos de mi observador.
Quería mirar. Necesitaba girar la cabeza y ver a mi presa. Ver qué hacía, qué pensaba. Comprobar si me llevaría una mamada o una hostia. Pero debía seguir con el plan. Clavar la mirada en el azulejo blanquecino que tenía enfrente y esperar, esperar a que sucediera algo, cualquier cosa.
Y por fin escuché pasos rebotando con el eco de un cuarto de baño vacío y sin gente.
¿Se dirigían hacia mí?
Entonces escuché cómo mi presa abría el grifo y dejaba correr el agua mientras sus manos se restregaban una con otra y en medio el jabón.
¡No resultará! ¡Mi presa se me escapa!
Deseaba tanto un acercamiento que no podía imaginar que sus pasos se reanudaran y se alejara de mí. Por otro lado la situación estaba siendo tan excitante que si mi presa se escapara mi leche saldría disparada sobre el urinario de mármol en cuestión de segundos.
Pasara lo que pasara saldría ganando un orgasmo, un intenso y morboso orgasmo. Pero mejor con él, claro.
El agua dejó de caer, y con ello mis esperanzas.
Solo, con la mano meneando ligeramente mi rabo, quedé a la espera de escuchar sus pasos y la puerta, pero el agua volvió a fluir entre sus manos, devolviéndome la ilusión por hacerme con mi presa.
Esperé, esperé mientras pensaba si sería correcto girar la cabeza y mirar a mi presa.
Y el agua dejó de caer, y con ello de nuevo mis esperanzas.
Entonces el agua volvió a fluir libremente entre sus manos. Y ya, sin poder resistirme más, giré la cabeza en busca de mi presa. Y ahí estaba, lavándose las manos mientras sus ojos me observaban con detalle.
¡Es mío!, pensé sujetándome la polla y enseñándosela sin miedo.
Mi presa se mordisqueó los labios.
Inmóvil, y lavándose las manos, mi presa parecía bloqueado, debatiéndose entre dos claras cuestiones: ¿Me voy? ¿Me quedo? Tenía que ayudarlo a decidir.
— Ven—susurré indicándole que podía hacer lo que quisiera con mi polla.
Paralizado, mi presa echó un vistazo a su alrededor comprobando que estábamos solos. Luego miró hacia la puerta: estaba cerrada. Y dio un paso, tímido pero atrevido, y nuevamente se detuvo frente al lavamanos.
— Toma—susurré dando pollazos en el aire.
Dubitativo, mi presa decidió acercarse un poco más. Estaba lo suficientemente cerca como para observar con detalle cada centímetro de mi rabo, pero a la misma vez lo suficientemente lejos como para no comprometerse con nada.
— ¡Sácatela!—susurré, ardiendo en deseos.
Negó con la cabeza aunque su mano fue directa a su polla. Y sin dejar de tocarse el rabo se acercó un poco más. Ahora tenía mi pollón a un brazo de distancia. Con solo estirar el brazo su mano se haría con el control de mis 22.5 centímetros de carne.
Nervioso, mi presa volvió a echar un vistazo a su alrededor, y en cuanto comprobó que no había nadie, que estábamos a salvo de miradas y consecuencias indeseables, su mano, áspera y fuerte, se hizo con mi rabo.
Resoplé, excitado.
La mirada de mi presa corría de un sitio para otro sin descanso. Que si comprobaba la soledad del cuarto de baño. Que volví la mirada a la puerta. Que si se centraba en mi rabo y en mis ojos. Y de nuevo repetía el proceso de observación en todas las direcciones. Todo ello, claro, con su mano en mi polla mientras meneaba con fuerza, y rapidez.
Un mal pajote. De hecho, el peor pajote que había experimentado mi rabo hasta el momento, pero envuelto, sin duda, en una situación de lo más intensa y morbosa.
Conducido por mis ganas de él llevé la mano hasta su paquete. El bultaco sobresalía con fuerza, como si ahí debajo, enredada entre los calzoncillos usados durante un día de duro trabajo, se encontrase una majestuosa polla esperando ser saciada por mi boca.
Lo estaba deseando.
— No… no—titubeó, apartándome de su rabo.
Sin embargo su mano seguía empeñada en sacarme la leche.
— Ven—dije en cuanto sentí que su nerviosismo iba a más.
Discreto, mi presa no podía permitir que nadie lo descubriera con mi rabo en la mano. Su forma de mirar a nuestro alrededor. Su forma de pajearme casi rozando la violencia. Su forma de estar inquieto, me hacía sospechar que en cualquier momento, llegara o no alguien a interrumpirnos, mi presa podría salir huyendo y dejarme sin el placer de ver cómo mi leche se derramaría entre su mano áspera y ruda de obrero machote.
Y lo conduje hasta uno de los cubículos, y aunque no quiso entrar y cerrar la puerta, siguió meneándome el pollón mientras permanecía atento a lo que pudiera ocurrir fuera.
— Te la chupo—dije, ansioso.
Mi presa dudó.
Entonces volvió a mirar a su alrededor mientras se agarraba el pollón cuando de repente, para mi sorpresa, se metió mi rabo en la boca.
Gemí, flipado.
Y no solo se metió mi polla en la boca, sino que empezó a mamar con la misma intensidad con la que antes me pajeaba. Rápido, cada vez más rápido, el cabezón del rabo entraba y salía de su boca una y otra vez, una y otra vez, y mi leche salió disparada sin que pudiera evitar lechearme como un puto cerdo.
Mi presa, ahora más excitada que nunca, continuó chupando y tragando hasta dejarme sin una gota de semen. Luego se la sacó, y evitando mirarme a los ojos se fue del baño sin mediar una sola palabra. También con el bultaco amenazando con explotarle.
Hambriento y desconsolado, me fui del baño preguntándome cómo habría sido poder comerme su polla de macho obrero.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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