Acampada y sexo entre primos

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Hacía tiempo que habíamos planeado una acampada en la playa. Una acampada familiar. Iríamos mi primo Rodrigo, dos años mayor que yo, y su ...

Hacía tiempo que habíamos planeado una acampada en la playa. Una acampada familiar. Iríamos mi primo Rodrigo, dos años mayor que yo, y su hermana con el marido. El lugar elegido, un paraíso perdido entre montañas con acceso restringido. Solo a través de varias horas de caminata, o en barco, puedes llegar a esta playa de arena rubia alejada de cualquier atisbo de civilización.

Sabía que no habría nadie.

Sabía que no follaría.

Sabía que ni siquiera podría disfrutar del sol cascándome las pelotas mientras me pajeaba al aire libre.

Lo que no sabía es que viviría una experiencia sexual de lo más morbosa y atrevida.

El mar estaba en calma cuando zarpamos en la zódiac de mis tíos. El día se presentaba despejado a pesar de que el sol todavía estuviera despertando un nuevo día. Nos esperaban quince minutos de travesía apasionantes donde sortear olas, y desembarcar en la misma orilla, proporcionaba un halo de aventura sumamente excitante.

Me habían hablado mucho sobre la playa. Sobre cómo la sensación de estar, de repente, a las faldas de un majestuoso acantilado, perdido en medio de una playa sin nada más que el ancho mar enfrente, te transportaba a otro mundo.

Y lo hacía, realmente lo hacía.

Mi primo, un heterosexual sometido a la presión que las hormonas ejercían sobre su cuerpo, y su mente, no me hablaba de otra cosa que no fuera de cuántas tías se había follado, de cómo se la chupaban algunas de ellas mientras otras se negaban por falta de deseo.

Pelo castaño, ojos claros, guapo y alto, mi primo Rodrigo era un mujeriego consumado a sus escasos veinte años. Con novias estables cada dos por tres, mi primo Rodrigo era el ligón de la familia desde que yo solo fuera un niño.

           — Vas a ser tan guapo como tu primo—solían decirme constantemente cuando era pequeño.
   — ¡Eres hasta más guapo que tu primo!—cuando ya había dejado atrás la niñez.

Y es que Rodrigo era guapo, guapo y engreído. 

Nadie era más simpático que él.

Nadie era más sociable que él.

Nadie ligaba más que él.

Nadie era más inteligente que él.

Nadie la tenía más grande que él. Bueno, yo sí, pero él aún no lo sabía.

A pesar de la personalidad difícil, incluso repelente de mi primo Rodrigo, es verdad que era simpático, sociable, ligón, inteligente y guapo. Todos querían ir con él, todos seguían sus pasos, y todas lo querían de novio/marido.

Su instinto sexual había despertado, al igual que el mío, a muy corta edad, y una noche, haciendo zapping en casa de mis tíos, nos topamos con un capítulo de Sexo en Nueva York. Obviamente las escenas no eran gráficas y literales, pero dejaban entrever una carga erótica que para unos niños casi era como estar viendo pornografía a escondidas.

Nos empalmamos.

Pero éramos tan jóvenes que soy incapaz de recordar la edad exacta que teníamos. Solo sé que por entonces nuestros rabos iban sin pelos, sus tamaños no se correspondían con los actuales, y que nuestras pelotas aún no guardaban ni la más mínima gota de lefa.

Tímidos y excitados, nos sacamos nuestras minipollas y empezamos a masturbarnos con el recuerdo de aquella escena heterosexual donde una de las protagonistas follaba salvajemente con un buenorro macizo que conocía en una fiesta. 

Esa había sido la primera vez que me masturbaba en compañía, y aunque cada uno se hizo su pajote, verlo a mi lado, dándose placer, me puso tan cachondo que ya no pensaba en la escena de la serie.

A mis 22.5 cm de carne no les hace falta mucho para alzarse como un mástil, y estando en la playa, bajo el sol, difícilmente no sufriría de una erección de caballo que me recuerde que tengo las pelotas llenas y que va siendo hora de que descargue.

Empecé a trazar un plan de escape que me permitiera dar rienda suelta a mis deseos. No había nadie más en la playa, solo nosotros cuatro, y en ese momento de siesta española, mi prima y su marido estaban dormidos bajo la sombrilla mientras Rodrigo y yo nos tostábamos bajo el sol. Él boca arriba, dejando entrever una buena polla adormilada. Yo boca abajo, o mi erección llamaría la atención hasta de quienes estuvieran en otra isla, u otro continente. Sí, me excitaba la soledad de la playa y el recuerdo del buen sexo que había tenido durante todo el verano tanto con desconocidos como con Khaled. 

Y es que follar al aire libre, bajo el sol, provoca adicción.

    — ¡Qué calor! ¿Vamos al agua?
    — No, todavía no—dije mientras el sol amenazaba con deshidratarme.

Pero levantarme empalmado no me parecía buena idea.

Esperé, mientras intentaba no pensar en nada, a que la erección menguara para poder ir al agua.

Sin embargo Rodrigo se tomó su tiempo para disfrutar del mar y las olas, y mi erección no bajaba. Luego volvió, mojado y marcando paquete, haciéndome todavía más difícil que me relajara. Y tuve que rendirme, dominado por el malestar del calor, y levantarme empalmadísimo en cuanto mi primo se puso boca abajo. Entonces corrí hacia el agua, y en el agua me corrí.

Aprovechando el vaivén de las olas, y que las únicas personas que estaban en la playa parecían estar durmiendo, me saqué el rabo tieso como una vela, y con un lento y discreto movimiento de muñeca, empecé a menearme el pollón con suavidad.

Creía que tendría todo el tiempo del mundo para disfrutar de mi baño y mi rabo, pero mi prima y su marido, ahora despiertos, se dirigían al agua, se dirigían a mí.

Nervioso por si mi cara, o mi mano, me delataban, o por si tuviera que retrasar el orgasmo para otro momento, exprimí hasta el último segundo donde la visibilidad me descubriría para lechearme como un puto cerdo.

Relajado, con esa sensación de placer extenuante recorriéndome el cuerpo, volví a la toalla y me quedé dormido.

Lo pasamos bien durante el día y la noche, la experiencia de acampar en este idílico paisaje superaba con creces cualquier expectativa. La noche, sin la más mínima contaminación lumínica, hacía que el cielo estrellado lo fuera todavía más, más de lo que cualquier otra zona me había permitido observar.

Pensé en Khaled, en las ganas que tenía de verlo, en las ganas que tenía de escuchar su voz viril con acento extranjero, en las ganas de sentir sus gemidos cerca, provocados por la intensidad del cuerpo a cuerpo.

También en David, en su musculoso y tatuado cuerpo, en su pollón largo y grueso con su particular lunar en el prepucio. En su risa contagiosa, y en sus gestos de enfado y decepción de nuestro último encuentro. Y en su futuro hijo engendrado en el vientre de Catalina.

Como la noche y el día, ambos se me antojaban igual de importantes y necesarios. Como la cruz y la cara le dan valor a una misma moneda, ambos valían lo mismo para mí.

¿Khaled? ¿David? 

¿David? ¿Khaled?

Compartí caseta de campaña con mi primo Rodri.

Nos habíamos tomado algunas cervezas y hablado de sexo mientras nos fumábamos un porro bajo el manto estrellado que nos escoltaba. Luego entramos en la caseta y nos preparamos para dormir.

Pero la conversación no había terminado.

     — La última que me follé me dejó correrme en su boca—contaba como algo extraordinario que no solía pasarle.
     — Yo tengo dos amigas con las que follo a veces, y las dos se tragan mi lefa siempre—dije pensando en David y Khaled.
     — ¿Sí? ¡Joder! ¡Me las tienes que presentar!

Reímos.

      — Lo que ninguna se deja follar por detrás.
      — ¿No? Estas dos sí.
      — ¡Joder, primo! ¡Preséntamelas!

Volvimos a reír.

      — Una mamadita ahora molaría mucho antes de dormir—dijo, activando mi sed de cazador.

Y su mano se fue directa a su paquete.

Y su mano se quedó acoplada sobre su paquete.

— Sí que molaría sí.

Yo ya estaba empalmado. Él, probablemente, también.

      — No hace mucho que no follo, pero estoy fijo caliente.
      — ¿Cuándo fue la última vez?
      — Hace cuatro días.
      — ¿Y eso es poco, Rodri?

Reímos.

      — Claro, cabrón. ¿Y tú?
      — Yo, ayer.
      — ¿Pero tienes novia?
      — ¡Qué va! Tengo amigas.

De vez en cuando echaba un vistazo a su paquete, pero la falta de luz ocultaba cualquier detalle.

¿Estaría tan empalmado como yo? ¡Seguro que sí!

   — ¿Y qué hiciste?

Ayer me había follado las nalgotas de Adrián. También me había masturbado un obrero machote que acabó comiéndome el rabo y tragándose mi leche. Las dos fantasías más recurrentes en mi primo Rodri.

Sí, lo tenía fácil.

Le conté que había sido con una de mis amigas. Que me había hecho una mamada. Luego que me la follé a cuatro patas, y que usando sus fluidos vaginales como lubricante, se la enchufé en el culo. Por supuesto, acabé en su boca.

Mi primo estaba tan cachondo que su mano se adentró en el calzoncillo. Y suavemente empezó a menearse el rabo, excitado.

   — Uff, estoy que reviento.
   — ¡Joder y yo!—dije, totalmente excitado.

Sí, lo tenía justo donde quería.

   — ¿Nos hacemos un pajote?—sugerí, con la mano en la polla.
   — Venga.

Y Rodri continuó masturbándose pero sin sacar el pollón al aire. Tímido, su mano meneaba el rabo suavemente de arriba abajo, pero yo quería más que eso, mucho más. 

Me la saqué.

   — ¡Qué capullo! La tienes más grande que yo.
   — ¿Sí o qué? A ver.

Y me la enseñó.

Blanca, larga y de un grosor normal, su rabo no se quedaba corto, aunque evidentemente la mía era mucho más larga y gorda.

   — Parecen más o menos iguales, ¿no?—mentí, solo quería una excusa que me acercara a su polla.
   — ¡Qué va!
   — Sí, coño. A ver.

Y me dejó acercarme lo suficiente como para comprobar quién la tenía más grande.
Entonces se la agarré para medirla con mis manos, descubriendo que a Rodri no le estaba importando que se la tocara. Tampoco quién la tuviera más grande, pues se veía claramente que era yo.

Cachondo, y aprovechando su indiferencia, me atreví a meneársela suavemente. Pero Rodri no solo no decía nada, sino que se dejaba hacer. Tumbado, se llevó las manos hasta la cabeza en forma de almohada, quedándose relajado y expectante.

Incrédulo, pero excitado, continué meneándole el rabo con delicadeza mientras él cerraba los ojos y disfrutaba del pajote.

Lo tenía donde quería, exactamente donde quería. Ahora tocaba ir un poco más allá.
Mientras me colocaba, sutilmente, cerca de su rabo para metérmelo en la boca, mi primo Rodri, que continuaba con los ojos cerrados, me agarró la mano que tenía sobre su polla, y se meneó el rabo con mi mano en señal de que no parara.

Oh, sí, no tenía pensado parar, primo.

Incapaz de creer que tuviera su polla rígida en la mano, fui directo a metérmela en la boca, y en cuanto sintió su rabo atravesando mis labios, se le escapó un gemido. Luego, sus manos fueron hacia mi cabeza, impulsándome a metérmela entera.

Complaciente, estaba dispuesto a cumplir su fantasía. Me tragaría su polla, y también su lefa.

Y me habría gustado que la mamada durara más, mucho más, pero mi primo Rodri estaba tan cachondo que no tardó mucho en petarme la boca de leche. Leche agria, caliente y en abundancia, que debí tragar en varias tandas para dejarlo completamente limpio y vacío.
Y como me había sabido a poco, seguí chupando su rabo mientras perdía rigidez. Ahora sería mi turno, pero mi primo Rodri o se había quedado dormido, o había fingido estarlo, de modo que empecé a tocarme un pajote con su rabo en mi boca cada vez más flácido y relajado.

Me corrí, aguantando los gemidos, y jadeando con su rabo blanco y morcillón dentro mi boca.

Me habría gustado correrme en su boca, pero fue tan inesperado y excitante, que no me importó que me usara para vaciar sus pelotas.
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El Diario Sexual de James: Acampada y sexo entre primos
Acampada y sexo entre primos
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