El macarra vuelve a ser mío

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Apenas dos horas después, estaba con el pantalón y el calzoncillo en las rodillas, y el urólogo, un hombre de cuarenta y pocos, pelo cano,...

Apenas dos horas después, estaba con el pantalón y el calzoncillo en las rodillas, y el urólogo, un hombre de cuarenta y pocos, pelo cano, pero guapo y en forma, tocándome las pelotas.

Atractivo y morboso, lucía una sonrisa brillante y perfecta oculta tras unos bonitos labios gruesos e irresistibles que bien podrían hacerme disfrutar como un loco si se comiera mi polla con ternura.

Pero no tenía el cuerpo ni la mente para fantasear con mi urólogo, y que este fuera un George Clooney en potencia, honestamente, me había conseguido intimidar hasta el punto de obviar mi visita a su consulta durante escasos minutos. Luego, con el miedo recorriéndome el cuerpo mientras yacía tumbado sobre su camilla con la polla al aire, lejos de temer por una erección espontánea, me avergonzó que mi rabo, aunque generoso, pareciera haber menguado gracias al frío más extremo.

Y con delicadeza extrema sus manos palparon mis pelotas como si el tiempo, ralentizado, convirtiera fugaces segundos en eternos minutos.

Solo observaba sus ojos en busca de una respuesta que se adelantara a sus palabras, una expresión en su rostro que me advirtiera de lo que vendría a continuación. Sin embargo, el George Clooney de los rabos se mantenía con una actitud neutral mientras buscaba el bulto que tanto me había estado atormentando.

Entonces lo encontró. Claro que lo encontró.

SEIS HORAS DESPUÉS

La vida es demasiado corta como para perder el tiempo. Lo sé, a veces puede parecer jodidamente larga, tan larga como un puto rabo negro, y dura, la vida a veces es dura, tan dura como las mejores erecciones mañaneras que podamos tener. 

Pero cuando la vida te da un revés, cuando sientes el tic tac del tiempo sobre tu cabeza, todo cambia, y de repente solo puedes pensar en todas aquellas cosas que no has hecho, en todas las personas que, aunque no lo supieras, son importantes en tu vida.

          — Ey, loco, ¿qué fue?—dijo con voz ronca. Parecía sorprendido por mi llamada, tal vez hasta ilusionado.
          — ¿Qué haces?
          — Aquí, en casa.
          — Déjate ver.
          — ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Ahora?
          — ¡Pues claro!

Pude notar cómo sonrió a pesar de que las dudas lo envolvieran.

           — Es que…

Lo interrumpí.

           — Es importante, tío.
           — ¿Estás bien, James?—guardó silencio durante escasos segundos—. De acuerdo, dame veinte minutos.

Sonreí.

          — ¡David!
          — Qué.
          — ¡Que sean quince!

SEIS HORAS ANTES

Me encerré en el baño del hospital.

Necesitaba deshacerme de la tensión que había ido acumulando durante toda la semana. Me dolía la espalda, el cuello, las piernas me flaqueaban y la cabeza amenazaba con explotar en cualquier momento.

Agradecí la intimidad de los cubículos. También la soledad del baño. Necesitaba estar solo, necesitaba reencontrarme conmigo y mis fuerzas, necesitaba unos minutos para mí.

Y lloré, largo y tendido.

Y lloré, desconsolado y abatido.

Y lloré, emocionado.

Estaba sano.

Mi bulto solo era una pequeña bola de grasa que orbitaba mi testículo como la luna rodea nuestro planeta.

“Si te molesta la podemos quitar, sino, puede vivir contigo para siempre”

“La próxima vez no consultes al Doctor Google, para él todo es mortal”

“Haces bien en autoexplorarte. Lo mejor es hacerlo tras la ducha”

Aliviado y libre, y con ganas de comerme el mundo, salí de la consulta con una sonrisa tatuada en la cara. Y aunque mi vida nunca corrió peligro, de repente me sentí renacido, e imparable.

Salí del cubículo y me lavé la cara mientras Khaled y David llegaban a mi mente.

David había salido de mi vida con un portazo. 

         — ¿De verdad eres gay?—me preguntó con una incredulidad manifiesta que me forzó a sentir miedo al rechazo por ser quien soy.
         — Sí, no sé, supongo—contesté dominado por la inseguridad.

Nos habíamos peleado hasta dejarnos los ojos morados, los labios rotos, y el alma en pedazos. Nos habíamos hecho daño físico y emocional aunque acabáramos follando como bestias en medio del portal de mi bloque. Desde entonces, David había salido de mi vida sin ánimos de volver.

Yo no me atrevía a llamarlo. Temía que, como había pasado después de aquello, no solo no contestara a mis llamadas, sino que tampoco me devolviera ninguna. Ni siquiera los mensajes. Estaba claro que David no quería saber nada de mí, y aunque llegué a pensar que quizá, solo quizá, necesitara algo de tiempo para retomar el contacto, la realidad era que el tiempo pasaba sin que supiera nada de él.

Pero eso tenía que cambiar.

Sentir que el tiempo se me agotaba por un cáncer de testículo me enseñó que la vida, corta y efímera, no da segundas oportunidades cuando decide quitarte del medio. Solo existe el hoy y el ahora. Solo tenemos esta oportunidad aunque a veces haya más de una.

Sí, quería ver a David. Necesitaba ver a David. Y lo vería, costase lo que costase, tuviera que hacer lo que tuviera que hacer, no me rendiría hasta tenerlo frente a mí.

Animado, pero nervioso, planeé llamarlo en cuanto llegara a mi casa. Lo que no sabía entonces era que la vergüenza, y el miedo, retrasarían mi propósito durante horas. 
Solo durante unas horas.

SEIS HORAS DESPUÉS

Mi hermano estaba de viaje y mis padres tenían cena de negocios. Eso significaba que estarían fuera de casa, al menos, durante tres o cuatro horas. Sin embargo, la última vez que David estuvo en casa mis padres nos pillaron follando en mi habitación. En consecuencia, ahora, no iba a ser fácil convencerlo.

          — ¿Qué? ¡Ni de coña, tío! 
          — Venga ya, sube.
          — Que no, que no, baja. Te espero en el coche.
          — Tío que estoy solo, en serio. Mis viejos no van a venir todavía.
          — Que no, que no, baja. ¿Pa qué quieres que suba? 

Nervioso, me quedé esperando frente a la puerta de mi casa a que el timbre sonara y David apareciera tras ella. No sabía qué iba a decirle. No sabía qué iba a hacer. 

           — Hola.

Con gorra, chándal gris y camisa blanca de deporte, David llegaba enseñando brazos fuertes y tatuados e insinuando su paquete en el pantalón. Estaba guapo, más guapo que nunca. Su sonrisa espléndida, y sus labios gruesos, me saludaban como una invitación a comérmelo entero.

    — Qué fue, tío.

Incapaces de decir nada más, permanecimos quietos durante segundos, observándonos fijamente, tímidos.

    — Adelante—agregué con una sonrisa boba.
    — No sé, no sé, ¿estás seguro? Tú casa me trae malos recuerdos.
    — ¿Ah, sí? ¿Todos son malos?

Sonrió.

    — No sé—agregó dándole un toque pícaro.
    — Prometo borrarlos—dije alzando una mano mientras la otra la llevé al pecho.

David rió.

Nervioso, su presencia me ponía nervioso, y su olor, su olor me ponía cardiaco.
Dispuesto a ir a por todas, no pude evitar lanzarme, en medio del salón, casi sin que David lo esperase, a besarlo.

    — ¿Qu… qué haces?—añadió incapaz de controlar la sonrisa que se dibujaba en su rostro.
    — Llevo una semana creyendo que tenía cáncer.

Me interrumpió.

    — ¿Cómo? ¿Qué?—dijo, preocupado.
    — Me encontré un bulto en un huevo, pero no es nada ¡Estoy bien!

Sonrió, aliviado.

    — Así que el gran James tiene ahora tres huevos—dijo, riendo y llevando su mano hasta mis pelotas.

Y no solo no quitó su mano, sino que me besó.

De repente, hambrientos el uno del otro, empezamos a arder en pasión y deseo mientras el tiempo se detenía para que pudiéramos comernos la boca y meternos mano.

Le quité la camisa.

Me quitó la camisa.

Su rabo, grande, gordo y venoso, estaba duro y alzado cuando lo busqué con mi mano. Ahora, fuera del chándal y de su slip blanco ajustado, lo meneaba suavemente aunque agarrándolo con firmeza.

Llegué a pensar que no volvería a tener su pollón en mi poder. Que no volvería a recorrer su cuerpo fibrado y tatuado a merced de mis manos y mi lengua. Que no volvería a besar su boca ni mordisquear sus seductores y gruesos labios.

Soñando, me parecía estar soñando teniendo al macarra de David en exclusiva.
David no soltaba mis 22.5 centímetros de carne. Tampoco su lengua me daba tregua, que, enredada a la mía, y con su vaho caliente mezclándose con el mío, íbamos recorriendo la casa lentamente rumbo a mi habitación.

Cuando llegamos, David me lanzó sobre la cama y fue directo a meterse mi polla en la boca. Introducir mi rabo a través de sus labios ya era motivo para el desenfreno. Sin embargo su lengua empezó a rodearme el cabezón con suavidad, como si quisiera disfrutar al máximo de cada centímetro y de cada segundo, como si llevara anhelando este momento desde hacía décadas.

Excitado y en vuelto en la máxima expresión del placer, mi leche corría el riesgo de salir disparada en cualquier momento, pero antes, antes necesitaba disfrutar de su rabo, volverlo a sentir llenarme la boca y unirse a mi lengua como si fueran un mismo ser.

Y tumbados, el uno al lado del otro, yo con su pollón grueso entre mis manos y a escasos centímetros de mi boca. Y él con mi rabo atravesando sus gruesos labios mientras lo rodea con su lengua y su calor, permanecimos extasiados, disfrutando del placer sin igual de mamar y ser mamado.

Y dejándome llevar por el placer y sus sensaciones, también por los jadeos de ambos que se mezclaban los unos con los otros, permití que mi leche por fin llenara su boquita, pero David tampoco aguantaba más, y segundos antes, o quizá a la misma vez, sentí la leche espesa, agria y caliente petarme la boca a grandes chorros.
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El Diario Sexual de James: El macarra vuelve a ser mío
El macarra vuelve a ser mío
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