Lluvia de leche, caliente y espesa.

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Exhausto, mi vecino continuaba con el rabo dentro de mi culo mientras se apoyaba en mí con sus manos y recuperaba el aliento. También jade...

Exhausto, mi vecino continuaba con el rabo dentro de mi culo mientras se apoyaba en mí con sus manos y recuperaba el aliento. También jadeaba como si el orgasmo aún dominara su cuerpo y el placer no se disipara, ni tuviera pensado hacerlo.

Gracias a sus fuertes e incontroladas embestidas el culo me ardía, y solo cuando su polla tenía el amago de salirse de mi agujero el dolor me daba una tregua. Podía sentir cómo su lefa brotaba lentamente a través de mi culo, y cómo su polla perdía rigidez, y por ende, control sobre mi follado agujerito. 

Quería sentir la libertad de tener mi culo libre de pollas, de su polla, aunque a la misma vez el morbo de tener a mi vecino heterosexual dentro de mí, jadeante, conseguía encenderme y volverme loco.

A su merced, estaba a su merced. Cualquier camino que decidiera tomar lo aceptaría con gusto, pero mi vecino no lo tenía claro. Tardaba en recuperar el aliento, incluso en perder la erección. Su polla seguía dentro de mí mientras él resoplaba de placer.

Entonces sus manos se agarraron con fuerza a mi cintura. Luego, sin que pudiera esperarlo, me embistió.

Grité, grité de dolor.

Y mis gritos de sorpresa y dolor excitaron a mi vecino que, volviendo a repetir hazaña, me clavó su rabo una vez más.

Empalmándose por segundos, su polla rígida volvía a hacerse con el control de mi culo, y sin pausa, y sin decir nada, comenzó a follarme con fuerza una y otra vez, una y otra vez.

Mis gritos se unían a sus gritos.

Mis jadeos se unían a sus jadeos.

Y mis 22.5 centímetros de carne ya estaban duros y dispuestos, aunque ignorados, por primera vez, por un hombre que me follaba duro sin percatarse siquiera del tamaño, el grosor, o las oportunidades que podían brindarle.

Sus embestidas batían la lefa de mi culo a ritmo de chapoteo. Y sus gritos inundaban la casa como un poseso encendido mientras en mi espalda caían gotas de sudor desde su pecho. Y sus manos, cuando no me agarraban como quién se sujeta a un toro mecánico, me azotaban las nalgas con violencia.

Como un objeto de penetración, mi vecino me maltrataba con su cuerpo y su rabo no solo ignorando mis gritos, sino encendiéndose cada vez más con ellos. Dolían, sus embestidas dolían.

Quizá por la falta de experiencia.

Quizá por el alcohol.

Quizá por estar acostumbrado a satisfacerse sin tener en cuenta a la otra persona.

Pero fuera lo que fuese, mi vecino no sabía follarse un culo.

Sus embestidas, rápidas y poco profundas, no llegaban a generar el placer sublime que da tener un buen rabo dentro del culo. Le faltaba ritmo, el ritmo de un buen follador. De hecho, iba tan rápido que su rabo casi salía de mi culo para volverse a meter y salir sin que me dejara disfrutar de verdad de la mágica sensación de ser penetrado.

Pero era mi vecino del tercero. Ese vecino de treinta y tantos, heterosexual, en forma física y que solía ver llegar del trabajo vestido de chaqueta y corbata junto a su maletín negro de piel. Sí, todo en él daba morbo, mucho morbo, y estar ahora en su casa, a cuatro patas sobre el sillón del salón, con su cuerpo follándome duro, casi que suplía su desconocimiento del arte del sexo anal.

Gritaba mucho, mi vecino gritaba mucho, tanto que de ser mi polla la que estuviera dentro de su virgen ano pensaría que le estaría haciendo daño. Pero ahí estaba, gritando como un loco, disfrutando como nunca, mientras su polla, por momentos, se salía por completo de mi culo. Entonces se la agarraba y la volvía a meter con rapidez, impaciente. Sí, me follaba impaciente, como si mi culo tuviera horario y estuviera a punto de cerrarse hasta mañana.

Y más gotas de sudor caían de su pecho sudado.

Me excitaba, me excitaba imaginar su pecho bañado en sudor, imaginar mi lengua recorriendo cada parte de su cuerpo, imaginar abrirme camino a través de su prieto agujero. Sí, me lo quería follar, quería reventarle su culito heterosexual.

Pero mi vecino era quién llevaba el control, aunque me follara incontrolado y eufórico.
Su rabo volvió a salirse de mi culo, y otra vez me lo metió de un empujón, un bruto y seco empujón.

Y aunque grité, sus gritos fueron más intensos que los míos. Y sus embestidas, sus embestidas también fueron intensas, tan intensas que su polla volvió a salir de mi culo. Sin embargo mi vecino iba tan cachondo que siguió embistiéndome con la polla fuera, al menos hasta que pudo darse cuenta e intentó meterla. Pero no, no la metió. Quería correrse, estaba a punto de correrse, necesitaba correrse. 

    — ¡Joder, ven! ¡VEN!

Y llevando mi cara hasta su rabo me la enchufó en la boca. Entonces se agarró de mi cabeza como si fuera mi cintura y empezó a embestirme con fuerza. Una y otra vez, una y otra vez, hasta que la sacó, se la sujetó, y se la meneó hasta petarme la cara y la boca con su leche. 

Primero fue un chorro blanquecido y caliente directo a la nariz y los labios.

Después otro chorro con mayor presión que cayó en uno de mis cachetes pero salpicó hacia los ojos.

Luego otro, más espeso y caliente, que terminó en mis labios.

Entonces abrí la boca y los siguientes chorros entraron llegando hasta la garganta.

Cachondo, muy cachondo, me llevé el pollón a la boca y empecé a mamar con impaciencia, mucha impaciencia, y desesperación. Y mientras acariciaba sus pelotas depiladas envueltas en sudor, no pude evitar seguir explorando su cuerpo. 

Suavemente, muy suavemente, me fui acercando a su culito. Podía notar el sudor, incluso el calor que se avecinaba desde su prieto y virgen agujero de macho heterosexual. Pero estaba tan excitado, tenía tantas ganas de follármelo, que la desesperación por meter mi rabo en caliente me condujo a meter un dedo en su culo, provocando el rechazo directo de mi vecino, que, sorprendido, se apartó sacando su pollón flácido de mi boca.

    — ¡Qué pasote, tío!—dijo recobrando el aliento—. Me voy a duchar—añadió mirando hacia todas partes aunque hacia ninguna en particular—. Ya nos vemos, ¿ok?
    — Ok—dije entendiendo mucho antes de su invitación que mi presencia ya sobraba.
    — Espera, te traigo una toalla.

Y mientras me limpiaba su lefa de la cara, con los 22.5 centímetros de carne duros como una roca, él se fue hacia la ducha despidiéndose con un hasta luego.

Entonces cogí su calzoncillo del suelo, lo olí, y mientras me recreaba en su olor a machote y recordaba cómo me había follado salvajemente mi puto vecino el abogado, me pajeé hasta petarle el calzoncillo con mi lefa y dejarlos tirados en el suelo.

Volví a casa oliendo a él, oliendo a sexo, y con el culo pidiéndome una ducha de agua fría, jabón, y reposo.

Horas después, alrededor de las tres de la tarde, desperté con resaca y una majestuosa erección. Mi rabo había vuelto a la vida, y qué mejor manera de celebrarlo que dándole la bienvenida como mejor se merece.

Suavemente empecé a tocarme un pajote mientras flipaba recordando lo sucedido horas antes con mi vecino. Me había olvidado del bulto, y del miedo, cuando acariciándome las pelotas lo volví a descubrir.

Seguía ahí. Todo el esfuerzo llevado a cabo para olvidarme de su existencia no había servido para nada. Para nada.

    — Mamá—dije con la voz quebrada por el miedo.
    — Dime cariño.
    — Me he encontrado un bulto en un testículo.
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Lluvia de leche, caliente y espesa.
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