Follar todos los días con desconocidos no está bien visto, lo sé. Pero soy una máquina de sexo, dotada con 22.5 cm de polla, y un apeti...
Muchos han necesitado darme un nombre: promiscuo, adicto al sexo, y otros, los más profundos, han hablado sobre no sé qué de carencias afectivas. Siempre después de que se hubiesen puesto a cuatro patas para que les reventara el culo, o les hubiese petado la boca de leche.
Me encanta el sexo, y a mis amantes, yo. Quizá sea una droga adictiva que engancha a quiénes me prueban. Quizá esté en este mundo para generar placer.
Soy un Dios del sexo. Un esclavo de mis instintivas ganas de saciar mi apetito. Y ahora, tú, serás mi fiel súbdito.
¿Estás preparado?
Descubrí el sexo en el colegio, a una edad temprana, con Lara M. Una niña de clase que se ofreció a chupármela en los baños de chicas durante la hora del recreo.
Todo empezó una semana antes en clase de gimnasia. Vestía unos pantalones cortos bastante holgados que había heredado de mi hermano. Recuerdo que debía andar con mucho cuidado si no quería quedarme desnudo, pero los chavales son crueles, y en un intento por ridiculizarme en público aprovecharon para bajarme los pantalones y los calzoncillos.
En ese momento de risas y miradas fascinadas, deseé que la Tierra se apiadara de mí, se abriera paso bajo mis pies, y me tragara con las mismas ganas que hoy ponen mis amantes con mi lefa.
Sí, sabía que el tamaño de mi polla no era normal, ¡joder, me avergonzaba sentirme diferente! Y que se me saliera el rabo del bañador cuando jugaba al fútbol en la playa no era precisamente un buen recuerdo.
Poco después del incidente que marcaría el inicio de mi vida sexual me apodaron el trespiernas. Nombre, que por supuesto me hacía sentir un puto bicho raro, aunque hoy triunfo con él en todos los chats.
Tímido, reservado, pero guapete, las niñas empezaban a prestarme una atención que antes no tenía. En consecuencia, acabé en los baños de chicas recibiendo las mamadas no solo de Lara sino de algunas más que intentaban cazarme. Llegué a tener hasta cinco novias en aquella época.
También me hice popular entre mis compañeros. Era el primero que había tonteado con el sexo, y aunque en público el tamaño de mi rabo fuera motivo para la risa, en privado todos me la querían ver.
No tardé en descubrir que lo que más me gustaba de mis encuentros con las chicas era contárselo luego a los colegas. Cachondos y empalmados, mis relatos acababan siempre en paja. Me excitaba mucho masturbarme en compañía, ver sus pollas y sus corridas mientras hablábamos de sexo y mamadas.
— ¿Qué se siente cuando te la chupan?—preguntó Cris con el rabo encendido.
— ¿Y si nos pajeamos con jabón? Dicen que resbala como si fuera la saliva en una mamada—añadió Rober.
Aceptamos su propuesta y nos corrimos entre la espuma del jabón de ducha. La experiencia había mejorado la paja común, pero les hice saber que quedaba lejos del placer de una boca húmeda y caliente.
— ¿Y si nos imaginamos a la piba que nos gusta mientras nos las chupamos entre los tres?
En ese momento supe que el sexo con mujeres estaba bien, pero con hombres era, simplemente, sublime.
Regresé a casa después de comerme dos pollas por primera vez. Cachondo, tuve que pajearme con el recuerdo.
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- ##check## ¡ADVERTENCIA!
- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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