Follándome a un pasivo activo muy pasivo

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Llevaba tres días sin saber nada de David. Esquivo, no solo no respondía a mis mensajes y llamadas, sino que no me devolvía ni un miserabl...

Llevaba tres días sin saber nada de David. Esquivo, no solo no respondía a mis mensajes y llamadas, sino que no me devolvía ni un miserable ok. Tampoco sabía nada de Khaled. Como si se hubiesen puesto de acuerdo en ignorarme, ambos parecían haber sido tragados por la tierra.

Por si fuera poco, mis padres habían vuelto a ese estado de protección desmedido donde para salir de casa me hacía falta, como poco, un permiso judicial que pusiera dónde iría, con quién estaría, qué tenía pensado hacer, o cuántos céntimos de euro me gastaría.

Por otro lado no era de extrañar que tras verme volver a casa con la cara destrozada, un ojo morado, y raspones en la espalda, el miedo se apoderara de ellos y me creyeran tan débil como susceptible de recibir otra paliza.

Les conté que me había peleado con tres macarras que intentaron robarme el móvil y la cartera. No sé, me pareció lo más sensato en ese momento.

   — Si quieren tu móvil se los das. Si quieren tu cartera se las das. Nada vale más que tu vida—dijo mi padre insistiendo en una descripción física de mis agresores para denunciar.
   — ¡Podrían haberte sacado una navaja! ¿Estás loco?—vociferó mi madre, enloquecida.

Evidentemente había salido victorioso de la pelea. Si bien me había traído los golpes, también me traje el móvil y la cartera, aunque en consecuencia mis padres ahora se mostrarían paranoicos y sensibleros.

   — La noche es muy peligrosa. ¡No sales más!—añadió mi madre buscando cualquier excusa que me mantuviera bajo la tutela más absoluta.

Y David y Khaled me ignoraban después de haber tenido dos encuentros extraordinarios con ellos. Uno por miedo, supongo. El otro porque a veces se muestra entregado, y a veces como si no existiera. 

Mientras pensaba que la semana no podía ir peor, recibí un mensaje de Lara que me enseñaría que todo lo malo se puede empeorar, y que cuando crees que has llegado a la primera planta en el rascacielos de tus desdichas, todavía hay plantas subterráneas por explorar.

Aturdido con el bombazo que acababa de explotarme en la cara, necesité salir de casa y que me diera un poco el aire. 

¿Qué significaría esa noticia? ¿Qué repercusiones tendría? ¿Cómo iba a ser la vida a partir de ahora? Si todavía quedaba algo que me uniera a David, acababa de romperse por completo. Sí, era el final de James y el macarra tatuado.

Decidí mandarle un mensaje a Adrián, o así se supone que se llamaba. Era el nombre que me había dado en una sala de chat algunas semanas antes, una noche que andaba cachondo y gracias a las fotos de sus nalgotas me desleché. Con diecisiete años recién cumplidos, Adrián era un joven pasivo en busca de un rabo grande que le destrozara el ojete. 

De él solo sabía que tenía unas nalgas grandes, tan grandes que las pollas de tamaño estándar eran incapaces de satisfacer su apetito. Según él, los tíos tendían a correrse entre sus nalgas porque ninguno llegaba realmente a perforarlo.

   — A veces solo siento la punta. Otras ni eso.

De voz afeminada, Adrián deseaba probar mi rabo.

   — No hay nadie en casa—decía a través de sms cada vez que estaba solo.

Daba igual la hora que fuera o cuantas veces se quedara solo en casa a lo largo del día, que siempre me avisaba de ello. También daba igual que yo nunca le contestara, o que nunca me encontrase en disposición de quedar. Adrián insistía.

   — ¿Nos vemos?—le dije en cuanto sentí la necesidad de escapar de las películas que se estaban montando en mi cabeza tras el bombazo de Lara.
   — ¿Ahora? Jo, mis padres están en casa.
   — Ok.
   — A lo mejor esta tarde me quedo solo.
   — Ok.
   — ¿Dónde estás? Conozco un parque, es discreto.

Y no le había respondido por falta de tiempo cuando volvió a escribir.

   — Si lo prefieres, conozco una fábrica abandonada, pero hay que caminar bastante.

Y en cuanto le mandé otro ok, me llegó un nuevo mensaje.

   — ¿Y en los baños del centro comercial? A esta hora no hay nadie…

Y se respondió a sí mismo.

   — Ok, James. En los baños en diez minutos.

Nervioso, nunca había quedado con nadie a través de Internet. Ni siquiera sabía si realmente era quien decía ser, o si me gustaría cuando lo viera. Solo sabía que tenía una voz tan aniñada como femenina, y que, lo más probable, según las fotos de su culo, es que tuviera unas nalgas descomunalmente pronunciadas. También decía ser moreno, guapete, flaco y no muy alto.

¿Y si no me ponía en persona?

Habíamos acordado tener sexo salvaje a pesar de que su culo prácticamente yacía inexplorado. Sí, se suponía que era virgen aunque ya se lo hubiesen follado unos cuantos tíos.

Quedamos en la entrada de los baños del segundo parking. Estos eran, por defecto, los menos concurridos del centro comercial. Y si teníamos en cuenta la hora: las dos y diez de mediodía, todo apuntaba a que podríamos tener la libertad necesaria para follar como conejos.

No quería nada más. Solo necesitaba meter mi rabo en un buen culo, desfogarme de la rabia que me estaba dominando por segundos, y sobre todo, de expulsar toda la leche que llevaba acumulando desde que me corriera en la mano de David.

Adrián no me había mentido. Era flaco, quizá más flaco de lo que imaginaba. Era moreno, joven y probablemente guapete para más de uno, o de dos. A mí, personalmente, no me lo parecía tanto. Supongo que David y Khaled se habían encargado de dejar el listón demasiado alto.

Y David y Khaled llevaban tres días ignorándome, y me jodía. Sí, estaba jodido por la indiferencia.

Adrián flipó en cuanto me vio.

Con ojos saltones y pestañas cortas, Adrián me miraba con fascinación. De piel pálida y ausencia de pelos en cara y brazos, Adrián parecía un muñeco delicado que solo sus enormes nalgas podrían servirle de defensa. Su carita de no romper un plato me generaba un morbo indiscutible. Sabía que era puta, muy puta, al menos todo lo puta que sus comentarios en el chat y su insistencia en follar de todas las maneras posibles me dejaban entrever. Y era esa contradicción entre niño angelical y vicioso empedernido lo que más me estaba poniendo de él.

   — ¡Estás buenísimo!—dijo, pletórico.

Luego entramos en los baños y su mano fue directa en busca de mi rabo. Que llevara un chándal puesto facilitaba su propósito. Podía palpar con exactitud lo que escondía entre las piernas. Y de no ser porque lo detuve, se habría arrodillado en medio del baño.

No estábamos solos. Había dos de los cinco cubículos ocupados, y a pesar de advertirle sobre ello, Adrián insistió en meterme mano. Cachondo y vicioso, era incapaz de apartar la mano de mi rabo. 

   — ¡Da igual!—susurró restándole importancia.

Y su mano se introdujo entre mis pantalones con desesperación.

Hambriento de rabo, Adrián retrasó el momento de entrar en uno de los cubículos. Morboso, echaba un vistazo tanto a los cubículos como a la puerta mientras me meneaba la polla. Entonces se inclinó y se la metió en la boca con travesura.

Me puso a mil.

Le cogí por los pelos, le saqué el rabo de la boca, y le di un par de pollazos en la cara que resonaron en el silencio absoluto que envolvía el baño.

Adrián enloqueció.

Sacó la lengua como un poseso para que le diera pollazos en ella. Luego volvió a poner los cachetes, y poco después cerró los labios para que mi rabo los golpeara.

Era muy guarro. Un vicioso que prometía disfrutar del sexo más salvaje sin prejuicios, aunque paradójicamente no se correría hasta que el polvo terminara y lo celebrara con un pajote.

Cuando al pasivo le duele tanto la penetración que pierde la erección de su rabo el pasivo deja de disfrutar. Al menos no disfruta tal y como la mayoría lo entendemos. 
Su orgasmo cambia hasta convertirse en un orgasmo mental, de esos que disfrutas una vez ha terminado el polvo y recuerdas el dolor y la situación de haber tenido un buen pollón dentro de tu culo, y no gracias al bombeo constante del pollón mientras te atraviesa hasta el alma.

Así era Adrián.

Retomó el control de la situación agarrándome el rabo con fuerza. Ya no quería más pollazos. Ya no quería que lo sometiera a mi voluntad. Era él quien iba a decidir qué íbamos a hacer, o mejor, qué iba a hacerle con mis 22.5 cm.

   — ¡Ven!—susurró, excitado.

Y agarrándome de la polla como si fuera mi mano, me condujo al interior de uno de los cubículos. Y en cuanto cerramos la puerta me bajó el chándal y el slip hasta los tobillos. Luego se agachó y empezó a recorrer mis piernas con su lengua: primero una, desde la rodilla fue subiendo hasta llegar a la ingle y pasar a las pelotas. Luego fue a por la otra, haciendo el mismo recorrido. 

Mientras tanto su mano me pajeaba con suavidad, como si no quisiera desaprovechar la oportunidad de disfrutar de cada centímetro de mi cuerpo, pero que ahora mismo solo estuviera centrado en mis piernas, mis muslos, y mis pelotas.

Y aparentemente nos quedamos a solas.

Adrián continuó haciendo turismo de mi cuerpo. Ahora le tocaba explorar la parte superior, aunque antes me sorprendió su determinación en darme la vuelta.

¿Qué quería de mi trasero? ¿No era pasivo? ¿No era solo pasivo?

Me ordenó darme la vuelta y una vez más se acuclilló ante mí. Su lengua comenzó a hacer el mismo recorrido que antes pero por detrás. Sí, ahora en vez de terminar en mis pelotas lo hacía en mi culo. El cual empezó a chuparme como un auténtico poseso.

Su lengua se movía tanto y tan rápido que por momentos parecían varias lenguas las que se encargaban de lamerme las nalgas y luego el agujero.

Gemí, sorprendido.

Y su lengua dejó mi culo para subir por la espalda y volver a darme la vuelta. Ahora empezó por arriba. Primero cada pezón, dedicándole a cada uno el tiempo suficiente, luego fue bajando hasta lamerme el ombligo con la misma intensidad con la que lamió el agujero de mi culo.

Y volvió a meterse mi pollón en la boca.

Me agarré de su cabeza y aproveché para follármelo con fuerza. Al menos hasta que tuvo que sacársela con arcadas.

Y subió directo a mi boca, dispuesto a besarme.

   — ¡No! ¡No beso!

Y mi negación se la pasó por el forro de los cojones, y haciendo oídos sordos me comió la boca con la misma intensidad con la que me lo comía todo.

Sorprendido pero excitado, me dejé hacer todo lo que Adrián quisiera hacerme.
Entonces me escupió la punta del rabo, preocupándose en dejarme el cabezón lo suficientemente humedecido para que me lo follara. Y dándome la espalda, me mostró sus nalgas. Unas depiladas y pronunciadas nalgas que llamaban a la desesperación.

Se inclinó, dejándome su culito a la altura de mi rabo.

Era mi turno, y estaba tan cardiaco que solo deseaba sentir mi pollón abriéndose paso entre esos dos grandes monumentos. Sí, me lo iba a follar de forma que nunca olvidara mis 22.5 centímetros de carne súper dura.

Primero le di par de pollazos en cada una de las nalgas. Luego se las abrí en busca de su prieto y delicado agujero. Y se veía tan prieto y delicado que temí que mi rabazo no cupiera.
Coloqué el pollón en la entrada de su agujerito, y usando sus dos nalgotas para impulsarme, comencé a darle empujones secos y duros, secos y duros, mientras Adrián no solo gritaba como si estuviéramos en una casa, sino que su mano intentaba separarse de mí.

Intenté buscar su polla mientras lo penetraba, mientras me hacía con el control absoluto del niñato vicioso, pero su rabo, de no más de seis o siete centímetros, estaba perdiendo la rigidez.

Preocupado por su insatisfacción decidí parar y dejar el pollón dentro de su culo, quieto, a la espera de que se dilatara lo necesario para no infringirle dolor, pero Adrián me pidió más.

   — ¡No! ¡No pares!—dijo con su voz afeminada rebosando excitación.

Y no paré, sino que volví a usar sus nalgotas para agarrarme. Y lejos de ser yo quien se moviera, usé sus nalgas para moverlo como si fuera un puto masturbador masculino que solo existía para darme placer.

Adrián se estaba volviendo loco.

   — ¡Más, más, más!—suplicaba como un perro.

Entonces una polla apareció desde el cubículo de al lado. Polla que Adrián no dudó en agarrar y menear mientras mi polla le llegaba hasta el mismísimo alma. No podíamos saber nada del propietario de ese rabo. Solo que era largo, fino y depilado, y que no tardó mucho en correrse sobre la mano del pasivo más activo que había conocido.

Aprovechando que los gemidos de Adrián parecían indicar que ya había llegado al éxtasis más profundo, le peté el culo con mi leche. Pero Adrián no solo no se había corrido, sino que, en cuanto le saqué el rabo, se acuclilló ante mí para limpiarme el pollón con sus babas mediante una mamada suave y sensual.

   — Gracias. Tenemos que repetir—dijo.
   — ¿No te corres?—pregunté preocupado, creyéndome mal amante.
   — Ahora, cuando salgas. 
   — ¿Qué? ¿Cómo?—titubeé.

Adrián sonrió.

   — Me gusta correrme solo, con una paja.
   — ¡Ah!
   — Llámame porfi.
   — Ok.

Y salí del cubículo dejándolo solo con sus excentricidades. 

Ahora sí que estábamos solos. La polla misteriosa había abandonado el cuarto de baños con el mismo sigilo con el que había permanecido en ellos.

Me dirigí a lavarme las manos, exhausto, y observé mi reflejo en el espejo. El ojo morado, uno de los pómulos hinchado, y parte del labio cicatrizando la herida que los puños de David me habían provocado.

¡Oh, David!

La película formada tras el bombazo de Lara volvía a emitirse en mi cabeza.

David y Catalina estaban embarazados.

Sí, David iba a ser padre.
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El Diario Sexual de James: Follándome a un pasivo activo muy pasivo
Follándome a un pasivo activo muy pasivo
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