Follándome al árabe a cuatro patas

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Tras unos segundos, quizá minutos, la oscuridad se entremezclaba con la luz, dándome una visión borrosa que me animaba a mirar a mi alred...

Tras unos segundos, quizá minutos, la oscuridad se entremezclaba con la luz, dándome una visión borrosa que me animaba a mirar a mi alrededor con gran expectación. La curiosidad por saber dónde nos encontrábamos me estaba matando tanto como el buen sexo que acabábamos de tener.

Suelo brillante y oscuro, tan brillante y oscuro como el petróleo, y con capacidad para reflejar cuanto había sobre él, como un espejo refleja la perfección, a pesar de la tenue luz que nos envolvía.

De paredes blancas y lisas decoradas por un sinfín de espejos y cuadros con dibujos abstractos, la habitación en la que me hallaba parecía más una casa que una simple habitación. Una casa que sin cocina, ni baño, ni paredes divisorias, la amplitud y el lujo eran los principales protagonistas.

Impresionado con las vistas a la lujosa casa/habitación, los ojos se me fueron directos a la puerta corredera de cristal desde donde, la inmensidad del mar, parecía formar parte del paisaje como una fotografía.

Me levanté, desnudo y embriagado, y me dirigí a descubrir los secretos que se ocultaban tras el cristal. No solo estaba el océano Atlántico recordándome lo insignificante que somos, sino la oscuridad de una noche estrellada cerniéndose sobre nosotros.

En el mismísimo acantilado, la ostentosa casa de tres plantas resultaba impregnada por la brisa del mar, incluso la explosión de las olas cuando chocan podría llegar a los ventanales, pero no ahora, ahora el mar estaba en absoluto silencio, expectante, al igual que yo.

    — ¿Dónde estamos?
   — ¿Te gusta?
   — ¿Qué? ¡Es una pasada!

Sonrió.

Desnudo, el moreno de su piel junto con los tatuajes de sus brazos y el pecho, se intensificaban gracias al blanco resplandeciente de las sábanas. Su rabo, en reposo y apoyado sobre uno de sus muslos invitaba a ir en su búsqueda y adorarlo como a un Dios. Su cuerpo definido y ausente de vellos, parecía una escultura perfecta con la que jugar indefinidamente, como un atractivo laberinto en el que deseas perderte para siempre.

   — Si quieres podemos quedarnos unos días.
   — ¡Me encantaría!

Volví la vista hacia el mar, hacia el acantilado. Nada me resultaba familiar. Ninguna luz se apreciaba a nuestro alrededor. Parecíamos perdidos en medio de la nada, sin nada que nos animara a perder esta condición.

   — Mis padres me matarán. Y mis amigos. Hemos quedado para celebrar mi cumpleaños.
   — Podemos irnos ya, si quieres.
   — No. No quiero.
   — ¿Y tus padres?
   — Me dan igual mis padres.
   — No quiero crearte problemas, James.
   — No lo haces, tranquilo.
   — Vale. ¿Quieres beber algo?

Y fui hacia él, dispuesto a besar sus gruesos labios. A tumbarme sobre su cuerpo desnudo, a sentir cómo su rabo se despertaría al entrar en contacto con el mío. Yo ya estaba medio empalmado, con el morcillón encendido, y deseando follármelo mientras observaba su cara de excitación.

Pero Khaled tenía otros planes.

   — ¡Eres insaciable, James!

Sonreí.

No era la primera vez que me lo decían, sin embargo, por primera vez empecé a pensar sobre ello: ¿Era sexualmente insaciable? ¿Sería capaz de decir no a un buen polvo, por algún motivo, que no alcanzaba a imaginar? ¿No ser capaz de imaginar una razón que me llevara a rechazar un orgasmo me hacía ser sexualmente insaciable por defecto?

Nos besamos apasionadamente mientras mis manos iban directas a tocar su cuerpo al completo. Sentía la necesidad de explorar cada centímetro de Khaled, cada rincón de su anatomía me resultaba más excitante y morboso que el anterior. 

A pesar de estar prácticamente depilado de arriba abajo, la concentración de pelos en su polla, su culo y sus axilas me encendían como un horno crematorio lo suficientemente caliente como para incinerar cualquier cosa. Y yo podía reducir a cenizas cualquier cosa. Mi polla podía, al menos con el capullo ardiente y las pelotas cargadas.

No tardó en empalmarse. De hecho, en cuanto mi mano se hizo con su rabo éste ya estaba endureciéndose, haciéndome activar el plan B, pues el A consistía en meterme su rabo adormilado en la boca y sentirlo crecer enredado en mi lengua.

   — Espera, pequeñín. Quiero enseñarte algo.

Y se levantó con el rabo apuntando hacia la Meca. 

Entonces me ofreció su mano, una grande y fuerte mano que me agarró con fuerza y me condujo fuera de la enorme habitación.

Había dos puertas, ambas cerradas. Una pensaba que conduciría a la calle, la otra, seguramente, al cuarto de baño, pero ni una cosa ni la otra, al menos hasta donde pude averiguar en ese momento. La que creía que llevaba al baño lo hacía hacia unas escaleras estrechas que bajaban a otra planta. Sin embargo, a medio camino, nos adentramos en otra puerta.

   — ¡Joder!—exclamé boquiabierto.

Estábamos en una terraza, con vistas al mismo acantilado, luz tenue, y una piscina-jacuzzi entre macetas y plantas. El vapor salía indicando la temperatura del agua, quizá, más caliente de lo que yo ya estaba.

   — ¿Y todo esto?
   — ¿Te gusta?
   — Hombre, claro. ¿De quién es?
   — Mía.
   — ¿¡Está casa es tuya!?
    — Sí—sonrió.

En ese momento supe que seguía sin saber quién era Khaled.

   — Pero, ¿a qué te dedicas, tío?
   — Negocios.
   — ¿Vendes drogas?

Khaled rió.

   — No.
   — ¿No?
   — No, James. No vendo drogas.
   — ¿Y dónde estamos?
   — Haces muchas preguntas, pequeñín.

Y se metió en la piscina.

   — ¿Vienes?

Asentí.

El agua, en un primer momento, quemaba, pero enseguida pude disfrutar de la temperatura, el entorno, y por supuesto, de la compañía.

Abrazados en el agua caliente con unas vistas inmejorables, volvimos a besarnos mientras nuestros cuerpos se pegaban el uno al otro y nuestras pollas chocaban como dos espadas desafiantes que esperaban comenzar una lucha.

   — Espera, se me olvidó la bebida.
   — ¡Deja la bebida!—dije, cachondo y ansioso.
   — Será un momento.

Y se separó de mí para emprender su camino fuera de la piscina. Debía subir unas escaleras internas de mármol, que provocaría que me diera la espalda, mostrándome su cuerpo mojado y desnudo, y también sus nalgas, y su virgen ano.

No, no aguantaba más tanto deseo, y me fui tras él.

   — ¡James!—dijo animado a que lo dejara salir del agua.
   — ¡Calla! ¡Ahora eres mío!

Me puse tras él, lo rodeé con los brazos. Mi polla estaba a la altura de su culo, mis manos acariciaban su torso, sus abdominales, y luego llegaron a su polla y sus pelotas. Sí, Khaled era mío, mío en todos los sentidos.

   — ¡Agáchate!—ordené.
   — Pero espera—intentó una vez más persuadirme.
   — ¡No!

Y de repente Khaled estaba a cuatro patas, con sus piernas dentro del agua, apoyado sobre el último escalón que lo sacaba de la piscina. Sus manos se apoyaban sobre el bordillo de la misma, y su culo, su culo estaba dispuesto y a mi merced.

Instintivamente llevé mis manos a sus nalgas. Primero se las estrujé, luego se las abrí para tener acceso directo a su peludo y casi virgen agujero. Y cuando ya estaba tal y como quería, mi lengua se introdujo con pasión entre sus nalgas.

Khaled gimió, sorprendido.

Mi lengua recorría las paredes de sus nalgas, después su agujero, y otra vez las paredes de sus nalgas, y de nuevo su agujero. Quería babearlo todo, tocar cada centímetro de su inexplorado culo con mi lengua. Y lo hice, lo hice mientras mi mano meneaba su rabo y Khaled jadeaba, suelto y libre.

Mis 22.5 centímetros de carne palpitaban, incluso el precum amenazaba con empezar a brotar. Se la quería enchufar. Quería verlo estremecerse con mi rabazo dentro de su culo, y la idea, la idea me volvía loco.

Entonces dejé de comerle el culo para colocar mi pollón entre sus nalgas, y de un ligero pero contundente empujón el cabezón se abrió camino dentro de su agujerito. Khaled gritó, su cuerpo se estremeció, y su culo se contrajo.

Esperé, esperé a que su agujero se confiara, y cuando lo hizo, volví a embestirlo con fuerza y contundencia.

Khaled gritó, su cuerpo se estremeció, y su culo se contrajo.

Esperé, esperé a que su agujero volviera a confiarse. Entonces lo embestí con fuerza mientras mi mano meneaba su rabo con delicadeza. Sus gritos y jadeos me estaban volviendo loco.

Si miraba, podía ver cómo mi rabo estaba dentro de su culo. Sí, estaba dentro. También sentía cómo me estrujaba la polla. Dominar al macho dominante me ponía más cachondo aún si cabe. Y no, no podía mirar cómo mi rabo atravesaba ese delicado agujero porque la excitación era tal que en cualquier momento le iba a petar el culo con mi leche.

Me agarré a su cintura y comencé a embestirlo una y otra vez, una y otra vez, sin parar, sin descanso, sin tener en cuenta sus contracciones. Su rabo se endurecía en mi mano, palpitando como un loco. 

El agua de la piscina chapoteaba con cada una de mis embestidas, y los gritos de Khaled se unían a los míos en un estallido frenético. Entonces sus gritos fueron a más, y su leche empezó a salir disparada sobre el bordillo de la piscina y mi mano.

Cachondo, muy cachondo, volví a mirar cómo mi rabo entraba y salía de su culo, y sin poder aguantar más, me corrí como un puto cerdo.

Jadeantes y queriendo volver en sí, permanecimos quietos y callados, recuperando el aliento mientras mi rabo continuaba dentro de su culo. Cuando se lo saqué, su agujero ya no era estrecho. Y mi leche, mi leche se estaba derramando con suavidad.

   — Me ralla lo cachondo que eres—dijo una vez volvimos a la piscina—. ¿No follarás con muchos, no?—pausó brevemente—. Bueno, prefiero que no contestes. Al menos de momento.

Y no contesté.

Khaled salió de la piscina, sacó un albornoz de un armario empotrado, y se fue en busca de la bebida.

   — ¿Prefieres tinto o blanco?
   — ¿Qué?
   — El vino.
   — Tinto, tinto—dije sin saber cuál prefería. Nunca me había gustado el vino, ni su olor, ni su sabor. Todavía debía dejar que el paladar madurara lo suficiente como para poder apreciar un buen vino.

Sonriente y exhausto, me quedé en la piscina esperando por Khaled, pero no regresaba. 

Preocupado por la tardanza salí del agua, cogí un albornoz y abandoné la habitación-terraza. Si continuaba bajando las escaleras llegaría a la otra planta que todavía no conocía, pero Khaled estaba arriba, en nuestra habitación. Podía escucharlo hablar en árabe, un perfecto pero intraducible árabe, que a pesar de no entender en absoluto, parecía estar discutiendo con alguien.

Y sí, estaba enfadado y serio, y en cuanto me vio llegar me pidió silencio.

   — ¿Todo bien?—pregunté cuando colgó.
   — No—añadió con el mismo enfado con el que hablaba por teléfono.
   — ¿Qué pasó?
   — Vístete. Nos vamos.
   — ¿Ya? ¿Por qué?
   — No preguntes tanto, James. Vístete.


Nos vestimos sin prisa, pero sin pausa, y en silencio. 

¿Qué había pasado? ¿Con quién hablaría para que le cambiara tanto la cara, y la actitud? ¿A qué se dedicaba para tener, a sus treinta y pocos años, una casa de estas características? ¿Quién era Khaled? ¿Quién era su familia? ¿Quiénes eran sus amigos? No sabía nada de él, ni siquiera sabía la ubicación de esta casa, y seguiría sin saberlo.

   — ¡Póntelo, por favor!
   — ¿Qué? ¿Otra vez?
   — James, por favor.
   — Pero… ¿Por qué?
   — ¿Puedes no hacer tantas preguntas?

Y volví a ponerme el antifaz que me ocultó todo el camino hasta esta casa, o bueno, hasta esta habitación.

Me condujo en silencio, y con calma, paso a paso, hasta llegar a su coche. Una vez en él siguió dominado por el silencio, y la seriedad. También por la negrura de su antifaz morboso que ahora no lo era tanto.

Y hasta que no quedaban más de cinco o siete minutos para llegar a mi casa, no me dijo que podía quitarme el antifaz.

   — Lo siento. Me habría gustado pasar unos días contigo.
   — Y a mí, pero no pasa nada. Espero que todo esté bien.
   — Descuida. ¿Podemos vernos otro día?
   — Sí, claro.

Y me besó en los labios, prácticamente frente a la puerta de mi edificio.

Cuando vi sus intenciones de acercarse a mi boca, quise recular y no besarlo, por miedo a ser visto por cualquier vecino, pero era de noche, y las ganas de sentir sus gruesos labios acariciando los míos eran mayores que cualquier miedo.

Y se fue, dejándome de pie, viendo cómo se alejaba en su coche.

   — ¡Joder, loco! Quería darte una sorpresa y me la has dado tú a mí—dijo con los ojos brillantes, cubiertos por lágrimas que intentaban no brotar—. Pero… ¡Joder, James! ¿Qué es esto, tío?
   — ¡David!
   — ¿Quién cojones era ese? Pero loco, ¿eres maricón?
   — No… Yo—titubeé, desconcertado.

David acababa de verme besándome con Khaled.

   — ¡Te has comido la boca con un tío! Joder, James, ¡con un puto moro de mierda!
   — No… David—volví a titubear, sin saber qué hacer o qué decir.
   — ¡No te acerques!—agregó con cara de asco. Quizá, la misma cara de asco con la que me miró mi madre cuando me pilló follando con él.
   — Oye, tío—intenté acercarme, persuadirlo, instarle a bajar el tono de voz, a calmarse.
   — ¡Qué te den, James! ¡Que te den!

Y me empujó con violencia, haciéndome caer al suelo.
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El Diario Sexual de James: Follándome al árabe a cuatro patas
Follándome al árabe a cuatro patas
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