Llevaba una hora intentando concentrarme. Estaba en la biblioteca haciendo un trabajo de fin de curso y no podía pensar en otra cosa q...
Llevaba una hora intentando concentrarme. Estaba en la biblioteca haciendo un trabajo de fin de curso y no podía pensar en otra cosa que no fuera en Khaled y en su indiferencia. Se había comportado como si no me conociera, y la incomodidad manifiesta en la que se encontraba, se evidenciaba en sus ojos, y en su actitud.
Sin embargo y a pesar de todo, había tenido al árabe de la playa delante. Con chándal y camisa ajustada sin mangas, sus brazos fuertes y tatuados lucían un atractivo sin igual. Sin gorra ni gafas de sol parecía otro, otro todavía más guapo. Llevaba un corte de pelo en cresta de uno o dos centímetros, el resto rapado al cero. Chulo y malote, Khaled me atraía como nadie me había atraído nunca. Con ropa era tan atractivo como desnudo, y su sola presencia conseguía paralizarme por completo.
Sí, el árabe tenía poder sobre mí. Podía hacer conmigo todo cuanto quisiera hacer. Yo me dejaría.
Ensimismado en el recuerdo de su cuerpo, su polla y su forma de penetrarme, la fiera ya se había despertado y venía con muchas ganas de rugir.
Llevé la mano hasta el bultaco y acomodé el pollón. Tocarlo me excitó todavía más. El silencio inundaba la sala de estudio en la que estaba. Las mesas individuales, ocupadas, me habían forzado a compartir mesa con seis desconocidos: todo chicas menos un chico, visiblemente gay. De pelo rubio y lacio, y cuerpo huesudo, nuestras miradas ya se habían cruzado en varias ocasiones.
Tímido, sus ojos se ocultaban en los libros siempre que lo miraba. Su rostro, tan desnudo como sus brazos, me hacía preguntarme si su culito también estaría libre de pelos.
No me atraía, la verdad. Al menos mientras mi rabo permanecía en reposo. Ahora, con una brutal erección, darle pollazos en su linda cara y petarle el culo con mi rabo, se me antojaba apetecible, y morboso.
Intenté concentrarme en los aburridos libros de historia buscando perder la erección. Me había propuesto darle caza al rubio afeminado, y necesitaría la discreción de mi entre pierna. Sin embargo me estaba resultando imposible. Saber que tenía como objetivo follármelo, me la ponía cada vez más dura.
Esperé, esperé pacientemente como un buen cazador a que mi presa estuviera disponible, y en cuanto se levantó, cogí la mochila y lo seguí. Primero salió de la biblioteca, antes sacó un café de la máquina. Tomó asiento en un banco al aire libre, solo, retraído, abstraído por lo que fuera que ocupara su mente.
Sus vaqueros ajustados advertían un culo plano que me ponía cachondo. Sí, mi polla entraría a mayor profundidad sin unas nalgas pronunciadas. Nunca me había follado un culo, y las ganas de hacerlo provocaban que mi rabo palpitara, excitado.
Su siguiente parada fue el baño.
Lo seguí, lo seguí sin que supiera que lo estaba siguiendo. A mi alrededor decenas de estudiantes guardaban silencio con la atención centrada en sus libros. El pasillo hacia el baño estaba despejado. Él ya estaba dentro, y un pibe salía de vuelta a su asiento.
Entré, cerré la puerta, y eché un vistazo. Los urinarios de pared, sin gente. Los cubículos libres, salvo uno. Mi presa estaba acorralada y sin escapatoria.
Me bajé un poco el chándal dejando parte del rabo fuera, y en cuanto escuché cómo tiraba de la cadena, abrí su puerta. Él se disponía a salir, pero se quedó bloqueado, tímido, sonriendo levemente no imaginaría lo que se le venía encima.
Clavé la mirada en sus ojos con una pícara sonrisa. Luego la fui bajando hasta fijarla en su paquete. Me llevé la mano a la polla, y volví a sus ojos, pero su mirada, fascinada, estaba centrada en mi rabo. Entonces entré y cerré la puerta del cubículo.
Agarré su mano derecha, estaba sudada y temblorosa, y la conduje hasta mi polla. Él, asombrado, me acariciaba el rabo con delicadeza.
— ¡Menéala!—ordené entre susurros acercándome a su oído.
Y me la meneó pero con suavidad, con mucha suavidad, hasta que con cara de susto se detuvo cuando alguien entró en los baños. Le indiqué que guardara silencio, y volví a conducir su mano temblorosa a mi rabo.
Continuó meneándomela con timidez mientras miraba de un lado para el otro preocupado por ese que estaba meando en los urinarios.
¡Me puso a mil!
Llevé mi mano derecha hasta su cuello y lo sujeté con suavidad. Luego giré su cabeza y me dirigí a su pálido cuello. Quería que sintiera mi aliento antes de mi lengua, húmeda y caliente.
Mi presa temblaba, temblaba nerviosa y excitada.
Me estaba poniendo mucho dominarlo, tenerlo bajo mis órdenes, poder hacer lo que quisiera con él, y lo haría, claro que lo haría.
Cachondo, muy cachondo, llevé mi mano izquierda hasta su culo, estrujé sus nalgas con fuerza, mordisqueé su cuello, y en cuanto escuché que el pibe había terminado de orinar y la puerta del baño volvía a darnos intimidad, desabroché el botón de sus vaqueros y bajé la cremallera. Mi presa estaba empalmado, muy empalmado, aunque su rabo no medía tanto como para que se apreciara a través del pantalón. Le bajé los calzoncillos y el pantalón hasta las rodillas, le meneé rápidamente la polla, y le ordené que me comiera el rabo.
Obediente, mi presa se inclinó hasta mi polla y sin dudarlo un segundo comenzó a chupármela con mucho apetito. Aproveché su postura para llevar mi mano hasta sus nalgas libres de pelos, y las acaricié, y las estrujé, y deseé correrme sobre ellas.
— ¡Date la vuelta!—volví a ordenar.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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