En el jacuzzi

Me llamó. Y con un qué pasó, dónde estás, el enfado que sentía se esfumó, también el desconcierto que las semanas de ausencia habían ...

Me llamó.

Y con un qué pasó, dónde estás, el enfado que sentía se esfumó, también el desconcierto que las semanas de ausencia habían ido provocando rápidamente, día tras día.

Continuaba de vacaciones, el día se presentaba con el mismo atractivo que los anteriores. Buen tiempo, piscina, playa, y el sinfín de oportunidades que me rodeaban.

Mi atención, desde hacía días, se estaba centrando en Karlos. Un pibe con novia con quién compartía miradas furtivas en las zonas comunes del hotel.

Coincidir con él parecía ya una obra propia de cualquier psicópata obsesivo: en el comedor, de repente, resultaba estar comiendo en la mesa de al lado. En las colas del bar-piscina, cuando no estaba delante, estaba detrás de mí. En el jacuzzi, a veces llegaba y sin esperarlo ahí estaba él; otras, era él quién llegaba cuando yo disfrutaba del relax de las burbujas.

Lo malo es que a su lado, siempre, siempre, estaba su novia, acompañando cada uno de sus pasos.

Moreno, de ojos marrones y pestañas largas, rapado, de cuerpo curtido y depilado, Karlos estaba tatuado, completamente tatuado, de cintura para abajo, sin que una gota de tinta ocupara otra parte de su cuerpo.

Me excitaba, me excitaba muchísimo.

Usaba bañadores ajustados del tamaño de unos bóxers, y cada día de un nuevo color. Mi preferido: el blanco. No se transparentaba, aunque lo observaba anhelando que fuera así. No obstante se le marcaba el culo, uno prieto y bien puesto donde la raja que separa sus nalgas era tan pronunciada como sus pelotas. Oh, sí, sus bañadores ajustados apreciaban un paquete que bien merecía la pena contemplarlo cuando salía de la piscina, o nos encontrábamos en cualquier sitio.

De veintitantos años, y una seductora sonrisa, sus saludos cercanos y discretos me ponían cachondo, bueno, todo él me ponía cachondo. Hasta que tuviera novia.

Empecé a trazar un plan de ataque. Necesitaba tener un acercamiento, una conversación, un roce, aunque algo me decía que mis posibilidades con él serían nulas, esa necesidad se hacía cada vez más y más fuerte.

Entonces empecé a seguirlo con la mirada, intentando encontrar el momento, pero cuánto más buscaba, menos coincidía con él. Y no fue hasta que hablé con Khaled, que olvidé mi plan de caza, y el destino, la vida, o la casualidad, lo puso ante mí.

   — Oh, cuánto tiempo.

   — Ya ves, ¿qué haces?

   — En el sur, de vacaciones.

   — ¿Con colegas?

   — Con mis padres.

   — ¿Nos vemos?

   — ¿Ahora?

Me habría gustado decirle que no, que no quería verle, que primero me debía una explicación, que su juego conmigo tenía que terminar. Nunca había estado a merced de nadie, y por primera vez, alguien, estaba teniendo cierto poder sobre mí.

Nervioso, un nudo se apoderó de mi estómago mientras contaba las horas para reencontrarme con Khaled.

No nos veíamos desde la noche que pasé en su casa, y a pesar de que realmente seguía sin saber quién era Khaled, sentía que lo conocía todo de él.

Decidí darme un jacuzzi relajante antes de nuestra cita. Con vistas a una de las tres piscinas del complejo, y compartiendo burbujas con dos personas, el rabo se me puso duro, muy duro.

Con el gusto de los chorros a presión, no pude evitar bajarme el bañador lo suficiente para sentirlos en mis nalgas, y gracias al burbujeo que espesaba la claridad del agua, con un movimiento de muñeca empecé a tocarme un pajote sin que los presentes se dieran cuenta.

Lentamente, teniendo que disimular la cara de cachondo y el gustazo que me estaba dando la situación, mi mano se hacía con el control de mi rabo que, suavemente, meneaba de arriba abajo cuando en realidad deseaba darle caña, mucha caña.

Pero no podía ir más rápido.

Y ahí estaba, con los ojos a ratos cerrados, a ratos comprobando que era seguro seguir masturbándome. 

Mi mano se centraba en deslizar el prepucio con movimientos cortos mientras los chorros me masajeaban las nalgas, el agujerito y el perineo.

En medio de una vorágine de placer, reprimiendo las intensas ganas de gemir y dejar que mi leche saliera disparada entre el agua del jacuzzi, las burbujas se detuvieron.

Enseguida, evitando que el agua se aclarara evidenciando mi rabo alzado, volví a pulsar el botón para activarla.

Las personas se despidieron con una sonrisa, y quedándome solo, tocaba disfrutar del final feliz, pero cuatro más entraron al jacuzzi, dejándome poco espacio para disfrutar de mi pajote.

Apenas me distanciaban cuarenta centímetros del pureta que se puso a mi derecha. Sí, era arriesgado, más que antes.

Pensé en abandonar, subirme el bañador y esperar a que la fiera entrara en reposo para salir, pero ¡Joder! Estaba cachondo, muy cachondo, y deseaba correrme cuanto antes.

Decidido, y ahora con el bañador puesto y el cabezón fuera preparado para el meneo, retomé los movimientos cortos de muñeca para satisfacer mis deseos. La excitación era tal que no iba a tardar mucho en correrme. Y no podía tardar, el jacuzzi volvería a detenerse en unos minutos.

Concentrado en los movimientos lentos que deslizaban mi prepucio de arriba abajo, y cerrando los ojos como si solo fueran los chorros los que me mantuvieran en este estado de absoluta relajación, empecé a correrme mientras luchaba por controlar los gemidos y las ganas de sacudirme el pollón fuerte, muy fuerte.

Ahora sí estaba relajado, exhausto de placer, y envuelto en una sensación placentera que debía no terminar nunca. Entonces llegó karlos al jacuzzi.

Sus piernas completamente tatuadas y su torso definido, me sonrió a modo de saludo, y sentándose a mi izquierda, su pierna rozó mi pierna, provocando que mi cuerpo se erizara. Estaba solo, por primera vez lo veía solo, sin su novia.

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• Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!