Pajeando al macarra tatuado

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Me encanta el olor a macho que se queda impregnado en un rabo después de que se haya lecheado. Si además se ha corrido varias veces, más y...

Me encanta el olor a macho que se queda impregnado en un rabo después de que se haya lecheado. Si además se ha corrido varias veces, más y mejor.

Cada persona desprende un olor único y personal que le caracteriza. Resulta complicado describir cómo huele cada persona, pero si algo está claro, es que ese olor se va a encontrar en su ropa, en su habitación, y da igual los productos que use con diferentes aromas, que su olor personal siempre, siempre, estará presente.

A mí, el de David, me pone palote hasta cuando sin estar con él, su olor me llega con el recuerdo.

Ya me había dejado en casa, y todavía podía sentir su rabo en mi culo. También su aroma a machote envolvía mi cuerpo como un caro perfume que perdura horas.
No podía ducharme. Se supone que no había salido de casa, incluso que debería estar durmiendo, quizá, desde hacía rato, aunque la verdad es que no quería hacerlo. No quería desprenderme de su olor ni de los restos de su lefa.

Habíamos echado unos polvazos de la hostia, y durante minutos estuvimos desnudos y sudados, exhaustos de placer, sin que existiera nadie capaz de movernos de los sillones traseros de su coche.

   — ¡Joder, James, ha sido la bomba!

Asentí con una sonrisa de satisfacción.

   — Pero… Eso que me has hecho, tío, ¿dónde lo has aprendido?

Sonreí, avergonzado. 

   — Aquí y ahora.
   — ¡Venga ya!
   — Joder, en serio.
   — ¿No has estado con otros tíos, no?

Paralizado durante segundos sin saber qué decir, aproveché que me quedaban las últimas caladas del cigarro para rematarlo antes de contestar.

   — No, no, ¿y tú?
   — ¡Qué dices, loco! ¡Qué va!—pausó brevemente—. A mí solo me gustan las tías… bueno, y tú—añadió ésta última parte disminuyendo el tono y la intensidad de la voz.

Sonreí, nervioso.

Me había sorprendido tanto como alegrado su confesión, y no, no quería mentirle, pero por primera vez había sentido vergüenza de mis innumerables experiencias sexuales con tíos. Ser el único con el que había estado me hacía sentir especial. Sí, me habría gustado que él también gozara de esa misma exclusividad. Sin embargo la realidad era bien distinta y no, no podía contarle la verdad. No me atrevía, porque aunque es cierto que él me gustaba, y mucho, también me gustaban otros hombres. De hecho, me gustaban los hombres más que las mujeres.

Quedamos en que ya nos veríamos. Cuándo o dónde seguía siendo un misterio. Igual que la llamada de Khaled que todavía no se había producido y quizá, quizá no llegara nunca.
No entendía por qué Khaled tendía a incumplir su palabra. “Nos vemos el lunes” dijo, y no lo vi en toda la semana. “Te llamo mañana” y su número no aparecía entre mi lista de llamadas. Tampoco tenía su teléfono. Habíamos acordado que él llamaba y yo guardaba su número, pero ni una cosa ni la otra.

Mientras nos íbamos del mirador rumbo a las luces que ocultaban la noche en la ciudad, David volvió a preguntarme por la postura. Se negaba a creer que hubiese sido mi primera vez, aunque en efecto, había sido la primera, pero no iba a ser última.

   — Pero tío, ¡mira cómo me pone recordarlo!

Y su rabo... ¡Joder! Su rabo parecía dispuesto a reventar el chándal.

Ya estábamos en marcha, con David al volante, cuando su erección me estaba llamando a gritos. Por la hora, alrededor de las dos de la madrugada, la carretera estaba prácticamente solitaria, aunque a mi instinto poco le importaba este dato. 

Enseguida mi mano fue directa a palpar su bultaco. Suavemente recorrí su pollón reprimido por la ropa, y sin pensarlo, mi mano ya se estaba aventurando a liberarlo del chándal ante los ojos incrédulos pero excitados de David.

Caliente, su rabo grande y venoso me esperaba caliente.

   — ¡Joder, tío!—jadeó en cuanto saqué su polla.

Empalmado, David intentaba prestar atención a la carretera mientras sus ojos miraban expectantes para mí y mi mano.

Con suavidad, agarré su polla y empecé a menearla muy lentamente, jugando con su prepucio deslizante. La tenía dura, muy dura, y las ganas de metérmela en la boca cada vez eran más fuertes.

Cachondo, la situación me tenía muy cachondo. Había momentos en los que otros coches se cruzaban en nuestro camino, y yo, disimuladamente, con la mirada centrada en la carretera, pajeaba el rabo de David como si no estuviéramos haciendo nada.

Entonces paramos en un semáforo. Un coche al lado, y otro detrás, provocaron que además de tener que ocultar el pollón con su camisa, esperara con ansias a que reanudáramos la marcha, y pudiera volver a mi cometido.

Mi fiera estaba más que despierta, y en cuanto el semáforo nos permitió continuar, la saqué a pasear. 

Con la mano derecha controlando mi rabo, y la izquierda agarrando el de David, comencé a pajearlo en tanto me masturbaba. Con la misma intensidad, meneaba ambas pollas bajo los jadeos profundos y excitantes del macarra tatuado.

Y una vez en la autopista, David ya tenía su mano derecha libre para ir en busca de mi polla, y lo hizo, claro que lo hizo, rápido y sin dudarlo, tomó el relevo de mi mano derecha, y empezó a pajearme fuerte y cachondo.

No teníamos mucho tiempo, mi casa estaba a menos de diez minutos, y en menos de cinco entrábamos en un tramo donde su mano ya no podría bombearme el pollón.

   — ¡Joder, tío, joder!—jadeó mordiéndose el labio inferior.

Sí, sabía por su cara que la leche se acercaba, pero no la quería en mi mano, aunque sentirla en cualquier parte es un placer, esta vez quería su lefa en mi boca, en mis labios. Mi lengua tenía que rodear su capullo.

Cachondo, muy cachondo con mi plan, me dejé llevar, y disfrutando de su mano, y de la fuerza con la que sujetaba mi pollón, solté su rabo y me corrí sobre su mano. Espesa y blanquecina, mi leche recorría sus dedos y salpicaba mi camisa.

Y para mi sorpresa, David llevó sus dedos cubiertos por mi leche hasta su boca, y pasando la lengua suavemente, se chupó los dedos con deseo, mucho deseo.

Loco, David me volvía loco.

Devolví la mano al pollón grande y venoso de David, y lo meneé rápido, centrándome en su punta, y mientras él se preparaba para expulsar su leche, me quité el cinturón de seguridad, e inclinándome, me metí todo su capullo en la boca, atrapando su prepucio con los labios, y succionando con fuerza.

Su rabo oliendo a puro machote no tardó en explotar toda su lefa en mi boca.

Cachondo, muy cachondo, se la chupé hasta que no quedó ni una sola gota.

   — ¡Joder, James! ¡Me vas a dejar too seco, cabrón!

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El Diario Sexual de James: Pajeando al macarra tatuado
Pajeando al macarra tatuado
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