Habían pasado dos semanas desde mi último encuentro con Khaled, y todavía seguía sin tener noticias suyas, a diferencia de David, con qui...
Habían pasado dos semanas desde mi último encuentro con Khaled, y todavía seguía sin tener noticias suyas, a diferencia de David, con quién hablaba con cierta frecuencia a pesar de no habernos vuelto a ver.
Ahora me tocaba pasar tiempo con mis padres. Llegaban las vacaciones familiares: hotel, piscina, playa, y gente de todas partes buscando tostarse al sol y vivir nuevas experiencias.
Al menos así pintaba para cualquiera que viniera a veranear a la zona. Para mí… Para mí era un castigo. Debía estar con mis padres durante más de una semana, sufriendo el marcaje al que me tenían sometido desde que me pillaran follándome a David.
Y no, lamentablemente no me equivocaba.
— Estamos en un todo incluido, James. No hay necesidad de salir de aquí—sentenció mi madre en cuanto pretendí irme a la playa, solo, sin ellos.
Las siguientes horas la pasé en la piscina, intentando disfrutar del sol, el agua, y los cuerpos semidesnudos que estaban a mi alrededor, aunque lejos de mi alcance.
Cabreado, estaba cabreado, mis vacaciones ideales hubiesen sido quedarme en casa, como hizo mi hermano. Poder quedar con David, salir de fiesta con los colegas, en fin, estar alejado de mis padres y sus órdenes.
Por entonces me reconfortaba contando los días para cumplir los dieciocho, como si ser mayor de edad me diese la libertad de vivir mi vida al margen de mis padres. Ingenuo, todavía no sabía que necesitaría mucho más que una edad para conseguir mis ansiados deseos.
Frustrado, con una pulsera azul que indicaba mi minoría de edad, observaba la barra libre del bar-piscina dónde únicamente podía pedirme agua, refrescos, zumos y granizadas.
Enfadado con todo me fui a las escaleras traseras del hotel a fumarme un cigarro a escondidas de mis padres. Lo único que me faltaba era que también me pillaran fumando.
Allí, solo y con mi cigarro, y ya más relajado, me bastó con rascarme los huevos para que la fiera se despertara.
No era un lugar especialmente morboso, aunque sí lo era el tránsito a cuenta gotas de los huéspedes. Me ponía en una situación delicada. Sin nada más que unas bermudas, cortas y negras, estar empalmado resultaba bastante indiscreto.
Y yo ya lo estaba.
Dejándome llevar por el silencio di rienda suelta a mis instintos y me saqué el rabo. Disimuladamente permití que la fiera asomara por un lado. Salvo hacia mi derecha, que había una pared, por el resto de direcciones podían llegar personas.
Verme el pollón duro, muy duro, asomando el cabezón, me excitó muchísimo. Podría haber aprovechado el momento de soledad para pajearme, pero quería más, quería recrearme y disfrutar.
Entonces deslicé el prepucio hasta dejar el fresón al aire, preparado para recibir un lapo. Luego extendí las babas con el dedo, prestando especial atención al frenillo. Sí, resultaba muy excitante, de modo que repetí el proceso, y otra vez, lentamente, mis babas humedecían el capullo y el frenillo.
Cachondo, muy cachondo, sentí la necesidad de pegarme un par de meneos: primero despacio, de arriba abajo, luego rápido, pero unos pasos se acercaban desde los pisos inferiores y debía parar. Sin embargo, la posibilidad de que me pillaran fue tan excitante que apuré hasta los últimos segundos antes de guardármela.
Disimulando la erección que bien podría haberle sacado un ojo a alguien, cerré las piernas y continué sentado en las escaleras, fumándome otro cigarro. Era una pareja de puretas que se tomó su tiempo para subir.
Los minutos transcurrieron lentos, y el deseo de continuar bombeándome el rabo crecía tanto que cuando por fin volví a estar solo, mi polla ya estaba soltando el precum que usé para humedecer nuevamente el capullo. También me lo llevé a la boca.
Excitado, continué pajeándome mientras echaba un vistazo en busca de más personas. El silencio no era completo, podía escuchar pasos cerca, aunque parecían no venir en mi dirección, o sí, no lo tenía claro.
El rabo me palpitaba caliente, muy caliente.
Ansioso por correrme empecé a menearme el pollón con rapidez, como si estuviera reventando un culito. Oh, sí, un prieto culo que perforar con brusquedad. Mi leche ya llegaba, estaba a dos o tres meneos de empezar a explotar lefa cuando otros pasos amenazaron con interrumpirme, pero no podía parar, necesitaba vaciarme las pelotas, vaciármelas ya, y lo hice, claro que lo hice, instintivamente, incapaz de reparar en las consecuencias, dejé que mi leche manchara mi mano y las escaleras.
¡Me pillaron!
De pelo corto y rubio, muy rubio, el guiri de ojos profundamente azules y cara de niño se encontró de frente con mi rabo lefado.
— ¡Oh, sorry!—exclamó sorprendido.
Y volviendo por donde había venido, se dio la vuelta y se fue.
Completamente muerto de vergüenza saqué otro cigarro.
La idea de que me pillaran me resultaba morbosa, muy morbosa, que lo hicieran, definitivamente, no había tenido ninguna gracia.
Debía volver y volví a la piscina.
Asustado y nervioso, temía reencontrarme con el guiri, pero me reencontré con él.
Llevaba la pulsera negra indicando su mayoría de edad, sin embargo aparentaba tener muchos menos. Su piel blanca como la porcelana ahora yacía quemada por el sol. Estaba en la piscina, nadando con gafas de buceo y aletas, y sonreía cada vez que nuestras miradas coincidían. Y aunque esos momentos lo viví como si estuviera burlándose de mí, más tarde, tras la cena, me buscó con la mirada mientras entraba en los baños de la recepción.
Lo seguí.
Solos en el baño, el guiri estaba meando en los urinarios de pared, concretamente en el primero de todos a la izquierda.
Me puse a su lado.
Empalmado, con un rabo más bien pequeño pero blanco, muy blanco, el guiri, nervioso, me miraba de reojo.
Me saqué el pollón y empecé a meneármelo con suavidad. Todavía no lo tenía duro, aunque no tardó en alzarse. Su mirada inquieta se centraba en mi rabo mientras su mano sujetaba su blanca polla. Entonces, agarrándome el pollón, me di un par de pollazos en la mano que provocaron que el guiri olvidara su tímida actitud para clavar sus ojos en mi rabo con descaro.
— ¡Cógemela!—ordené.
Él me habló en inglés y no pude entender nada de lo que dijo, pero el lenguaje corporal es universal, y acabó haciéndome caso. Sí, su mano blanca y temblorosa se hizo con mi rabo. Expectante, el guiri recorría mi polla con suavidad.
— ¡Chúpamela!
Y teniendo que llevar mi mano hasta su cabeza e impulsarle hacia mi rabo, conseguí que se inclinara y empezara a chuparme el pollón. Sus ojos azules buscaban mis ojos en tanto sus finos labios abrazaban mi capullo.
— ¡Oh, sí!
Y sacó la lengua para rodearme la punta del nabo con suavidad antes de introducírsela firmemente hacia el fondo de su boca.
— ¡Ok, ok!—dije sacando el rabo para volvérselo a meter.
Tenía hambre, mucho hambre, y la pasión no se hizo esperar demasiado.
Se acuclilló para estar más cómodo y poder zamparse mi rabo con gusto, mucho gusto, pero yo quería más, quería follarme su blanco y prieto culito. Con señas le indiqué que se levantara. Obediente, el guiri accedió.
Entonces le di la vuelta, pegándolo al urinario, y le bajé el pantalón hasta comprobar que mis sospechas eran ciertas. Sí, tenía el culo blanco, muy blanco. De nalgas poco pronunciadas y libres de pelos, su culito apetecible invitaba a bajar y comerlo, pero mi rabo demandaba entrar en un agujerito seco y prieto. Oh, sí, su culo me resultaba de lo más irresistible.
Me agarré el pollón y lo conduje hasta sus nalgas. Primero le azoté con par de pollazos. Luego se las abrí y coloqué el pollón.
Continuábamos solos, y desde nuestra posición, oculta por los cubículos, cualquiera que entrara nos daba unos segundos para revertir la situación y evitar ser vistos. Sí, podía proceder a reventar su culo.
Moreno por naturaleza, negro cuando tomo sol, el contraste de mis manos en su blanca cintura, así como el de mi oscuro rabo entre sus pálidas nalgas, me puso cachondo, muy cachondo, tanto que sin molestarme en entender lo qué intentaba decirme, empujé lentamente, sintiendo el calor de su agujerito mientras mi rabo se abría paso.
Gimió.
Su gemido, más que de placer, de dolor, me excitó todavía más, provocando que deseara embestirle con fuerza. Sin embargo volví a empujar con suavidad, despertando nuevamente otro gemido doloroso envuelto en placer.
Y buscando provocar otro gemido igual, empujé más fuerte, y ya mi rabo estaba dentro de su culo, ajustado por sus nalgas y su prieto agujero. Sí, ya no saldría de ahí, solo le quedaba entrar más y más adentro.
Cachondo, muy cachondo, me agarré a su cintura y empecé a embestirlo con fuerza una y otra vez, una y otra vez, mientras sus gemidos inundaban el baño, arriesgando que cualquiera nos pudiera oír. Pero estaba tan excitado con el contraste de colores que en ese momento solo podía centrarme en mi rabo moreno penetrando su culo blanco.
Sus gemidos parecían haber olvidado el dolor para disfrutar solo del placer de tener mi pollón en su culito. Entonces su agujero se contrajo al son de sus jadeos. Oh, sí, el guiri estaba expulsando su lefa sobre el mármol del urinario mientras yo le petaba el culo con mi leche.
Exhausto de placer, saqué mi pollón todavía duro con restos de leche, sangre, y ese regalito especial que a veces mancha la punta.
El guiri me habló creyéndose que lo entendía, o necesitando expresar sus pensamientos. Yo asentí sonriente, y con el rabo aún alzado me dirigí a unos de los cubículos y me limpié con papel. Luego me eché una meada.
Cuando salí, él me esperaba con cara de orgasmo y ganas de repetir.
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