Cruising en las Dunas de Maspalomas

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Relajado, después de follarme al guiri en los baños de la recepción, pasé la noche con mis padres en la terraza chill out. Estaban de bu...

Relajado, después de follarme al guiri en los baños de la recepción, pasé la noche con mis padres en la terraza chill out. Estaban de buen humor, incluso me dejaron tomarme unas cañas con ellos. Solo me faltaba un mes para tener la edad legal para beber, y en ese sentido mis padres no eran especialmente estrictos.

Hablamos de todo, bueno, de todo lo que se puede hablar con unos padres. Les conté mis aspiraciones en la vida, mis planes de futuro, la carrera universitaria que quería estudiar… todo menos de mi vida sentimental, claro. Mientras que antes solían preguntarme por las pibas, o mis deseos de formar una familia, esa noche obviaron esos delicados temas. Supongo que temerían mis respuestas, aunque me gustó que no me preguntaran por Lara ni ninguna otra niña.

¿Significaría que empezaban a asumir mi homosexualidad?

La noche fue bien. Me sirvió para ganarme de nuevo la confianza que habían ido perdiendo en mí. Todo apuntaba a que el arresto al que me tenían sometido iría desapareciendo paulatinamente, y sí, de momento había conseguido que me dejaran ir a la playa.

Las Dunas de Maspalomas son un paraje natural exclusivo de Gran Canaria. Un paraíso de arena al que miles de personas acuden diariamente para disfrutar del paisaje, la gran playa que se oculta tras ellas, y para los más aventureros, perderse en el laberinto de vegetación que completa el bosque de esta Reserva Natural.

Y en ese laberinto no solo puedes disfrutar del entorno, de su peculiaridad y belleza extrema, sino de los juegos de perversión que allí suceden a cualquier hora del día entre turistas y locales.

La frondosa vegetación en contraste con las dunas de arena provoca un sinfín de caminos discretos dónde poder mantener sexo, sexo del bueno, con todo tipo de personas. Lugares secretos y escondidos que permiten gozar del cuerpo en la más absoluta intimidad, o no, porque el discurrir de los hambrientos de polla puede dar lugar a grandes experiencias en grupo.

Era mi primera vez y estaba nervioso.

Adentrándome en las dunas, con el calor del sol apretando con fuerza, los nervios por encontrar el paraíso perdido del sexo desenfrenado, me hacía desesperarme cada vez más. Parecía que cuanto más caminaba más lejos me quedaba ese trocito de cielo canario.
Pero a lo lejos ya divisaba algunos solitarios y desnudos viandantes que viajaban hacia las entrañas del paraíso. Sí, ellos me alertaban de que iba en la dirección correcta.

Ya, por el camino, cuando los frondosos círculos de aulagas se hacían más y más presentes, se podían apreciar algunas personas solitarias, y otras en pareja, tomando el sol, desnudos. El acecho era incesante por parte de todos.

Sin duda estaba adentrándome en un coto de caza repleto de presas y cazadores, hambrientos los unos de los otros.

Y más tíos desnudos por el camino, tantos que ir con mis bermudas me hacía sentir raro y diferente.

Sí, había llegado la hora de desnudarme. Aquí y ahora daba igual que anduviera con el rabo alzado, no sería el primero, ni el último, y sobre todo, no sería el único.

Había un extranjero, alemán o inglés, rondando los cincuenta tacos, pero joder, que cincuenta años más bien llevados. Su piel blanca y su pelo cano, junto a un cuerpo atlético y polla morcillona y larga, se había fijado en mí. Quieto, entre uno de los pasillos del laberinto, su mirada no dejaba de escanearme de arriba abajo mientras se tocaba el rabo con suavidad. Era guapete, o más que eso, atractivo. ¡Joder, muy atractivo! Pero seguí de largo.

Estaba nervioso, realmente nervioso, y excitado, muy excitado. Me estaba adentrando en una puta tienda de golosinas con una pulsera que me daba acceso a coger y comer todo lo que quisiera. Sí, no podía irme a por la primera gominola que se me antojara apetecible. 

Acababa de llegar, no llevaba ni diez minutos en este laberinto del deseo, y la curiosidad por conocer todo cuanto este entorno me ofrecía, me impedía quedarme con el atractivo cincuentón.

Pero él no debía opinar lo mismo, porque empezó a seguir mis pasos con cautela.
Intimidado, continué sin rumbo ni dirección avanzando paulatinamente por el laberinto.
Y una pareja, compuesta por un madurito resultón y un jovenzuelo de mi edad, daban rienda suelta a la pasión ante la atenta mirada de cuatro observadores que se masturbaban con deseo.

Mientras el madurito se follaba al joven a cuatro patas, y los otros cuatros se pajeaban, pude ver cómo terminaban intercambiando manos y hasta bocas, y de repente, seis tíos se estaban dando placer ante mis ojos, y los de otros que también iban llegando.

¡Pero dónde cojones estaba! ¿Cómo no había venido antes?

Con el pollón duro, muy duro, continué caminando, casi arrepentido de alejarme de esa escena, pero quería más, y sin saber qué estaba buscando, ni hacia dónde me dirigía, me introduje por otro pasillo con el atractivo cincuentón siguiendo mis pasos como un fiel guardaespaldas.

No tardé en encontrarme con un pibe joven, moreno y barriguilla, pero pollón gordo y alzado que masturbándose me invitó a participar. Él estaba observando cómo un negro de pollón desmedido se la chupaba a un extranjero de treinta y tantos que ocultaba su cara con gorra y gafas de sol, pero que tenía una polla bastante apetecible.

Quería seguir descubriendo más, mucho más, pero estaba tan cachondo y empalmado que antes debía descargar la lefa que se acumulaba en mis pelotas. El joven barrigudo de pollón gordo no estaba nada mal. El cincuentón que ya había llegado hasta nosotros, tampoco. Y la pareja, oh, sí, la pareja era muy, pero que muy morbosa. Nunca había estado con un negro, y su polla era la más grande que había visto en mi vida. Y el otro… El otro estaba para comérselo entero.

Sí, esta sería mi primera parada.

Atraído por el barrigudo y su discreta llamada con la mano, me acerqué hasta él y su mano fue directa a mi rabo, y su boca intentó hacerse con mi boca, pero lo rechacé.

             — No beso—dije.

Al menos no a cualquiera.

Y su boca, ahora huérfana, buscó desesperado mi rabo.

El barrigudo no solo tenía la polla gorda, también sus labios eran gruesos. Y a pesar de que su cuerpo estaba cubierto por un sinfín de oscuros pelos, en la zona de su rabo no habitaba ninguno. Inclinado, tragándose mi pollón con absoluta dedicación, mi mano tenía acceso a su gordo palote.

Mientras se la meneaba y recibía su espectacular mamada, mis ojos se clavaban en la pareja. El negro seguía de rodillas, succionado ese rabo como si pudiera tragárselo sin que su dueño tuviera opción.

Joder, el negro sí que tenía labios gruesos, muy gruesos. Él sí que tenía que hacer unas mamadas increíbles. Yo quería, quería probar de todo con él.

El atractivo cincuentón se mantenía al margen, mirándome con deseo, pajeándose el rabo delicadamente. Me llamaba la atención que no aprovechara el momento para venir y aprovecharse de mi excitación. También que su atención solo se centrara en mí, como un buen cazador que selecciona y espera a su presa, perseverante.

Con mi mano meneando el rabo gordo y cargado del barrigudo, y mi polla en su boca, invité mediante una señal al cincuentón, que como era de esperar, no dudó en acercarse y unirse a la fiesta. Mi otra mano fue directa a su polla. Estaba muy bien dotado, depilado, y circuncidado, y con un cabezón desproporcionadamente grande para el tronco de su polla. Su mano, grande y áspera, fue directa a mi culo, y tras sobarme las nalgas con delicadeza, mi mano dejó de pajearle para que se acuclillara detrás de mí.

Y su lengua, su lengua ahora me comía las nalgas con desorbitado deseo. Suavemente, primero una, después la otra, y de nuevo la primera, y de nuevo la segunda, y cuando pensaba que no iba a parar nunca, sus manos me las abrieron, y su lengua comenzó a recorrer con una delicadeza extrema mi agujero.

Sí, el atractivo cincuentón no tenía prisa, y estaba consiguiendo que deseara sentir su experta lengua abrirse paso dentro de mi agujerito, pero no lo hacía, seguía centrado en lamer de arriba abajo, y de lado a lado.

Solo me dejó una opción: inclinarme lo suficiente para expandir mi agujero y que su lengua llegara más adentro. ¡Joder! Su lengua no tenía límites, no se cansaba, su lamer parecía digno de un profesional curtido en años y años de dilatada experiencia.

Estaba tan excitado que de seguir así le petaría la boca de leche al barrigudo, pero no quería correrme, todavía no… ¿Y cómo evitarlo? Haciendo el amago de sacar mi polla de su boca y alejar su lengua de mi culo para no explotar mi lefa, solo conseguí que su lengua se adentrara por completo en mi culo mientras sus fuertes y ásperas manos me estrujaban las nalgas como si supiera lo que iba a pasar en breve.

Mi mano ya no pajeaba la gorda polla del barrigudo, sino que sujetaba su cabeza para que no se atreviera a sacar mi rabo de su boca. Y con la lengua del atractivo cincuentón haciéndome la mejor comida de culo de mi vida, tuve que explotar toda mi lefa mediante un inevitable y largo gemido.

El barrigudo se animó con mi leche, y su espectacular mamada se intensificó para no perderse la más mínima gota, y siguió mamando, y tragando, y mamando, y tragando, hasta que mi rabo volvía a estar dispuesto a más.

El atractivo cincuentón no se detuvo en ningún momento, regalándome uno de los mejores orgasmos de toda mi vida.

Sí, acababa de descargar mis pelotas, pero ya estaba en forma para un nuevo asalto.

¡Joder! Mi aventura, en las Dunas de Maspalomas, no había hecho más que empezar.
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El Diario Sexual de James: Cruising en las Dunas de Maspalomas
Cruising en las Dunas de Maspalomas
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