Aquí te pillo, aquí te mato

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Y frente al burgue , una hora después, Khaled me esperaba dentro de otro coche distinto al habitual. Con gafas de sol, gorra, y barba, dif...

Y frente al burgue, una hora después, Khaled me esperaba dentro de otro coche distinto al habitual. Con gafas de sol, gorra, y barba, difícilmente lo hubiese reconocido de no ser por su mensaje.

   — Ve hacia el coche negro.

Y me acerqué con los nervios devorándome poco a poco.

Iba a ver a Khaled. Iba a deleitarme con su presencia, con sus labios y con su rabazo moreno y circuncidado. Me apetecía. Me apetecía cualquier cosa con él, incluso sentarnos a hablar largo y tendido aunque no hubiese sexo. Había muchas cosas que quería saber sobre él, muchas cosas que seguía desconociendo del árabe misterioso que en ocasiones conseguía quitarme el sueño, y el sentido. 

Sin embargo, saber que estaría frente a frente con Khaled, ya era motivo más que suficiente para que me palpitara el rabo.

Debí colocarme el pollón mientras me acercaba a su coche. Estaba teniendo una pequeña erección con solo pensar que estaba a punto de sentarme a su lado. Entonces recordé nuestro último encuentro, cómo me vendó los ojos para que no conociera el camino hacia su casa de ensueño en el acantilado, cómo aprovechó mi falta de visión para meterme mano y hacerme el pajote más morboso de mi vida, y claro, enseguida la fiera no solo estaba despierta, sino más feroz y hambrienta que nunca.

Tímidamente, nervioso y cachondo, me cubrí el bultaco del pantalón. Era consciente que ocultarlo únicamente con las manos no sería suficiente. De hecho, cualquiera que en ese momento fijara la mirada hacia mi paquete descubriría mi mega empalme.

También sentía vergüenza por Khaled. A su juicio mi instinto sexual era insaciable, y por ende, me tenía por un cachondo empedernido, aunque en honor a la verdad, tampoco es que dicha percepción estuviera muy lejos de no ser cierta.

   — Disculpe señor, ¿me está espiando?

Sonrió.

   — Puede ser.
   — ¿Policía o detective privado?
   — Piense mejor lo que estaría dispuesto a hacer para comprar mi silencio.
   — Se me ocurre algo. Quizá esto le sirva—dije una vez dentro del coche, sujetándome el pollón.

Khaled se lamió los labios.

   — Puede que sirva, pero no sabría decirle si será suficiente.
   — Usted dirá qué lo es.
   — ¿Dispuesto a estar a mi entera disposición?

¡Me encendió!

   — Cualquier cosa a cambio de su silencio.

Sonrió.

Khaled llevaba un chándal blanco desde donde su rabazo se insinuaba sin erección, con ella, como estaba ahora, su caseta de campaña reclamaba mi mano y mi boca con urgencia.

   — Eres muy cachondo—dijo con la vista puesta en la carretera.
   — ¿Yo? Esto es gracias a ti—dije acariciándome la polla con suavidad.
   — ¡Sácatela!
   — ¿Aquí?—agregué sorprendido, circulando en plena ciudad y a plena luz del día, me pareció una invitación de lo más atrevida.

Sin embargo Khaled me excitaba tanto que siempre estaba dispuesto a rebasar cualquier límite que se considerara normal si así iba a complacerlo, y complacerme.
Cualquier riesgo valía la pena si era por él.

   — ¡No hombre, entera no!

Reí, nervioso.

   — Saca solo la punta.

Obedecí.

Esperó sin decir nada y sin mirarme hasta que, de repente, me pidió la mano. Entonces me chupó el dedo índice y me ordenó que llevara sus babas hasta la punta de mi rabo.

   — Mételo en el prepucio.

Y lo hice.

Y volvió a querer chuparme el dedo índice, esta vez, tras haber estado dentro de mi prepucio y acariciado el cabezón.

Nuestro juego me volvía loco. Con gran capacidad para encenderme y sorprenderme, Khaled parecía una droga adictiva de difícil acceso. Una droga cara fuera del alcance de mi bolsillo, fuera de mi deseo por consumirla a diario.

Primero se ajustó el rabo, luego metió su mano entre el chándal y sacó el dedo índice humedecido por su precum. Las ganas de lanzarme hacia su entrepierna y devorarle el pollón se hacían cada vez más fuerte, pero no podía, había coches y peatones a nuestro alrededor que me obligan a reprimirme.

Sin embargo Khaled sabía cómo mantener el fuego al rojo vivo, cómo, ofreciéndome pequeñas dosis cargadas de morbo y deseo, conseguía hacerme perder el sentido, y el control.

Y su dedo largo y moreno humedecido por su precum se introdujo lentamente entre mis labios.

Un semáforo, y decenas de peatones cruzando, interrumpieron nuestro juego mientras nuestras pollas permanecían duras, y nuestras ganas iban in crescendo por segundos.

   — ¿Y ese ojo?—preguntó en cuanto reanudamos la marcha.
   — Ah, nada.
   — ¿Nada? ¿Quién te lo puso así?—dijo con un tono serio que rozaba el enfado.
   — Ya casi no tengo nada—añadí mirándome en el espejo.
   — No estás respondiendo a mi pregunta, James.
   — Me peleé con un colega, pero ya está todo solucionado.
   — ¿Qué colega?
   — No fue nada serio.
   — ¿Fue el pibe de los tatuajes?
   — ¿Qué?—añadí, boquiabierto.

¿Cómo sabía Khaled quién era David? No solo no le había hablado de él nunca, sino que nunca me había visto con él.

   — ¿Cómo sabes…?—susurré incapaz de terminar la pregunta.
   — Como alguien se atreva a ponerte la mano encima…—y no terminó la frase, rabioso. 

“No preguntes lo que no quieras saber” pensé.

Y no quería saber cómo Khaled conocía la existencia de David. 

Quizá lo vio cuando David nos pilló besándonos, y aunque me parecía poco probable, tener en cuenta cualquier otra opción, simplemente, me dejaba helado, e inquieto.

Cuando llegamos a su casa, la misma a la que me llevó el día que nos encontramos en la discoteca, lo primero que hice fue ir al baño. Me estaba meando, y el ambiente, ahora frío, me obligaba a necesitar alejarme de Khaled. Al menos durante unos minutos.

Sin embargo Khaled no tenía pensado dejarme solo ni un instante, y entrando en el baño, se puso detrás de mí, me agarró la polla, y guió la meada como si fuera él quién miccionara.

¡Me encendió!

Y apenas había terminado de orinar y ya estaba empalmándome. Sus sacudidas en busca de soltar las últimas gotas terminaron por rematarme. Y la fiera, la fiera ya estaba dura y alzada mientras sentía su rabazo en mi culo.

   — ¡Me pones mucho!—dijo, susurrándome al oído.

Entonces me embistió fuerte con su polla. Luego me bajó los pantalones hasta las rodillas, y se agachó, llevando su lengua juguetona a mis nalgas.

Apoyado sobre la pared del baño, y sin ninguna opción, Khaled me abrió las nalgas y empezó a lamerme el agujero con prisa, excitado. 

Jadeé.

Su mano volvió a hacerse con el control de mi rabo, y mientras me comía el culo con desesperación, su mano me meneaba la polla al mismo ritmo. Frenético, su lengua atravesaba mi agujero como si su deseo fuera penetrarme con fuerza. La sensación de pérdida de control me dominaba, y solo podía gemir y desear que me enchufara su rabazo.

Y lo haría. Khaled me enchufaría su pollón moreno, largo y circuncidado en cuanto me dejara el culo lo suficientemente lubricado con sus babas para recibir su polla con fuerza.
Y no lo dudó, ni siquiera se lo tomó con calma. Estaba ansioso de mí, de mi culo, y mi rabo.

Sí, Khaled estaba ansioso por petarme el agujero con su leche.

Sin embargo, su forma de comerme el culo y menearme el rabo me hacía sospechar que deseaba que mi leche saliera disparada aquí y ahora, y así, sin moverme, preso de sus instintos.

Y cuando no aguantaba más, y cuando estaba a punto de correrme, Khaled dejó de comerme el culo, se levantó, y sin que pudiera vérmelo venir, me clavó su rabo con fuerza.

Grité, enloquecido.

Entonces Khaled se aferró a mi cintura con sus grandes y fuertes manos, y jadeando como un loco, empezó a embestirme con fuerza una y otra vez, una y otra vez, mientras nuestros gritos inundaban el baño, y nuestros cuerpos se fusionaban como un perfecto puzle.

Me corrí, me corrí como un puto cerdo gracias a sus embestidas, gracias a su rabo perforándome el culo y el alma, me corrí sin que mi polla perdiera la erección, y sin que mis jadeos fueran capaces de cesar en algún momento. Él también se corrió, se corrió petándome con su leche espesa y caliente. Podía sentir cómo se derramaba erráticamente por mis muslos mientras Khaled, incapaz de detenerse, seguía bombeando como un puto loco.

Exhaustos, permanecimos quietos, intentando recobrar el aliento,  y el sentido.

El día prometía, y mucho. Mi polla seguía durísima y con ganas de más, mucho más, pero el timbre de la puerta empezó a sonar. Primero una vez, luego varias seguidas. Quien fuera, parecía tener un poderoso motivo para su insistencia.

El rostro de Khaled cambió para mostrarse sumamente preocupado. Nervioso, me ordenó subirme los pantalones aún sin haberme limpiado las lefas, y rápidamente me condujo hasta la habitación de invitados.

   — ¡Escóndete ahí!—gritó, asustado.
   — ¿Qué? ¿Qué pasa?
   — Vamos, James. ¡Hazlo!

Desconcertado, seguí sus indicaciones.

   — ¡No hables, no te muevas, no respires!
   — ¡Pero qué pasa, Khaled!
   — Por favor, James—dijo con miedo en sus ojos.
   — De acuerdo.
   — ¿Confías en mí?
   — Sí.
   — Da igual lo que oigas. Da igual lo que pase. No salgas.

Y se fue.

Me quedé debajo de la cama de invitados, solo, y asustado.

Preguntándome qué ocurría, debí permanecer en el más absoluto silencio mientras la puerta de su casa se abría tras un fuerte golpe. Luego gritos en árabe inundaron la casa. 
Parecían muchos, quizá más de cinco o seis hombres.
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El Diario Sexual de James: Aquí te pillo, aquí te mato
Aquí te pillo, aquí te mato
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