Es curioso cómo el tiempo puede no correr cuando estamos pendientes de él, y al contrario, cómo pasa sin ser percibido cuando no reparamos...
Para mí, ahora, los segundos se me antojaban horas, o incluso días.
El miedo, unido a la incertidumbre, ralentizaba el tiempo de manera tenebrosa. Había apagado el teléfono móvil por miedo a ser descubierto por quiénes ahora invadían la casa de Khaled a gritos. Incomunicado, y sin reloj, no podía parar de pensar cuánto tiempo llevaba petrificado bajo la cama de invitados, o cuánto más debería permanecer esperando que se fueran.
Gritos, risas, y frases en árabe llegaban hasta mí consiguiendo que la duda, el miedo y la inquietud fueran in crescendo.
Por momentos quería intuir buen rollo por parte de los inesperados visitantes. Pero algo en Khaled, en su miedo y también en los gritos desafiantes que llegaban desde el salón, teñían la esperanza de que todo estuviera yendo bien.
Quizá solo son amigos. Quizá Khaled tema que descubran su orientación sexual. Sí, quizá solo sea eso.
Pero y si hay algo más. Y si Khaled está metido en problemas. Y si finalmente me encuentran bajo la cama, escondido.
Había tantos “y si” como granos de arena en una playa. Demasiadas preguntas sin respuestas. Y es que cuando nuestra mente se pone a teorizar, la imaginación puede ser de lo más terrorífica.
Y lo era.
La habitación que me mantenía preso, escondido o a salvo, tenía el cuarto de baño al lado. Si bien me resultaba imposible ver el pasillo, no pude evitar intentarlo cuando escuché cómo, unos pasos errantes, se acercaban.
Con el pulso tan acelerado que la cara, enseguida, parecía arder como las brasas de una hoguera, aguanté la respiración, acojonado.
En mi mente me descubrían.
En mi mente un sinfín de opciones, cada cual peor que la anterior, se me ocurrían como una escalofriante escena donde nada bueno me pasaba.
"Ahora estás en peligro, James"
La frase de Khaled, ahora y más que nunca, cobraba gran importancia.
¿Y si eran ellos el peligro?
¿Y si el peligro es físico?
¿Corría peligro mi vida?
¿Existía alguna posibilidad, por pequeña que fuera, de perder la vida aquí y ahora?
Cuánto más pensaba en ello más me acojonaba, más me sentía paralizado, y más ansiaba que todo acabara a pesar de que todo transcurría con exagerada lentitud.
Palabras de ánimo llegaban a mi cabeza de muy de vez en cuando. Intentaba tranquilizarme repitiéndome una y otra vez que estaba exagerando todo.
"No es para tanto"
"Te esconde por discreción"
"Los gritos también pueden ser de alegría"
"La insistencia de los visitantes llamando a la puerta son producto de una sorpresa"
¿Y los golpes? ¿Por qué hubo golpes?
Sin quererlo, los mensajes positivos que intentaba hacerme llegar se enturbiaban con otros negativos.
"Relájate, James, relájate"
Sin embargo quien fuera que había ido al baño ahora estaba dentro de mi habitación. Y no, no era Khaled.
Cardiaco y sin respiración, debía mantener la calma o estaría perdido. Desde un mínimo movimiento hasta el simple hecho de respirar podían delatarme. Y las consecuencias, si eso pasaba, me aterraban como nada en esta vida me había aterrado jamás.
Entonces un grito ahogado de terror asaltó mi atormentado silencio, y los pies en los que centraba mi atención como un reloj de arena que marca el principio del fin se esfumaron con rapidez. Luego más gritos, y más golpes, y alguien estaba siendo atacado por varias personas.
¿Khaled? ¿Khaled estaba en peligro? ¿Lo estaban agrediendo?
Mi primer impulso fue salir en su búsqueda, protegerlo como sabía que él me protegería, pero sus palabras volvieron a resonar con fuerza en mi cabeza: “Pase lo que pase, escuches lo que escuches, no salgas de aquí”
¿Y si Khaled sabía lo que iba a ocurrir?
Necesitaba aclarar mis dudas, calmar mis nervios y mis miedos, pero solo escuchar los golpes sobre el cuerpo que gritaba me estaba permitido en este momento.
¿Y si enciendo el móvil y llamo a la policía?
Intenté buscar algo que me ayudara a defender a Khaled y defenderme de los agresores. Algo en esta habitación que me sirviera de arma. Algo que me diese la fuerza necesaria para dar un paso y salir de aquí.
Pero estaba solo y desarmado. Solo, desarmado y sin conocer a lo que tuviera que enfrentarme. Quieto y callado, solo así podría tener una oportunidad. Solo así podría cumplir mi promesa. Sí, Khaled no me perdonaría jamás que rompiera mi promesa. Debía confiar en él.
— ¿Confías en mí, James?
— Sí.
— Da igual lo que oigas. Da igual lo que pase. No salgas.
Y no salí.
Horas después, cuando el silencio se convirtió en silencio, y cuando el peligro parecía haber desaparecido, quise salir, quise averiguar todo cuanto me había perdido, todo cuanto, desde la lejanía, me había atormentado durante las horas más largas y agónicas de mí existencia.
¿Qué había pasado? ¿Y si Khaled ya no estaba? ¿Y si no lo volvía a ver?
Nadie venía. Nadie se hacía notar en la oscuridad que ahora lo envolvía todo. Khaled me necesitaba, o eso me decía para darme fuerzas y animarme a salir y enfrentarme a lo que fuera que estuviera pasando, o lo que fuera que habría pasado.
Sigilosamente salí de debajo de la cama y puse rumbo hacia el salón de la casa. La noche ya había caído, y las luces del salón era lo único que brillaba entre la oscuridad de la habitación, del pasillo, y puede que del resto de la casa.
— ¡James!—dijo, intentando cubrirse las manos.
— ¿Khaled?
— Perdona, no deberías haber estado aquí.
— ¿Qué ha pasado?—musité, aún desconcertado y con el miedo recorriéndome.
— Vamos, te llevo a casa.
Y se levantó del sofá.
El salón de la casa no solo estaba desordenado, sino que manchas de sangre teñían parte del suelo y la pared.
Y sus puños, sus puños estaban heridos y ensangrentados.
— ¿Qué ha pasado?
— Nada, James.
— ¿Cómo que nada, tío? ¿Y tus puños?
Khaled vino hacia mí sin ganas de decir nada. Simplemente se acercó con la seriedad que lo caracteriza, y de repente, sin vérmelo venir, me besó con suavidad.
Lentamente, y con delicadeza, su lengua se enrollaba con mi lengua mientras sus manos buscaban mi polla y mi culo. Entonces se arrodilló ante mí, me bajó el pantalón y el calzoncillo, y se metió mi fiera en la boca sin que todavía estuviera completamente dura.
Luego, cuando mi rabo yacía empalmado, volvió a mi boca y me besó.
— ¡Fóllame, James! ¡Fóllame fuerte!
Y se dio la vuelta. Se bajó el pantalón, y se abrió las nalgas para que mi rabo lo perforara.
Cachondo, puse el cabezón en la entrada de su agujero, y aunque me hubiese pedido sexo duro no pude evitar meterle el pollón con suavidad. Sí, el Khaled que tenía ante mí era un Khaled débil y vulnerable. Un Khaled al que mi instinto me pedía proteger, abrazar, y cuidar.
— ¡Vamos, métemela! ¡Métemela, joder!
Obediente, se la metí, pero no como él esperaba.
— ¡Dale, James! ¡Dale fuerte!
Y agarrándome a su cintura le enchufé el pollón de un solo empujón mientras Khaled luchaba por reprimir sus gritos y su culo se movía animado a follarse con mi rabo, duro y fuerte, fuerte y duro.
Excitado, viendo cómo mis 22.5 cm de carne dura y gorda se introducían casi por completo en su culito moreno, peludo y casi virgen, comencé a follármelo con fuerza, toda la fuerza que mi cuerpo empezaba a pedirme, más la fuerza que él me solicitaba cada vez con más ganas.
— ¡Joder sí, dale más! ¡Más, James!
Su culito se contraía, y sus gritos pasaron de intentar reprimirse a dejarlos en total libertad. Entonces gimió como nunca, pues nunca antes lo había visto tan desenfrenado en un polvo, y se corrió, se corrió volviéndome complemente loco y cachondo. Tanto que sin poder parar, le peté el culo con mi leche.
— ¿Quién eres, Khaled?
— No quieras saberlo, James.
— Pues sí quiero. Quiero saber quién eres. Quiero saberlo todo de ti.
Guardó silencio durante unos eternos minutos. Entonces se subió el pantalón aún con mi leche derramándose lentamente desde su culo.
— Si lo supieras—volvió a pausar—. Si lo supieras no querrías saber nada de mí.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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