Tres corridas en tres movimientos

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Que mi presa se hubiese corrido con tan solo sentir mi pollón duro entre sus manos y mi mano palpando su culito, lejos de sorprenderme, o ...

Que mi presa se hubiese corrido con tan solo sentir mi pollón duro entre sus manos y mi mano palpando su culito, lejos de sorprenderme, o hasta de cortarme el rollo, me puso muy, pero que muy cachondo.

Inocente, frágil e intelectual, que también se corriera en segundos parecía una característica que le venía a juego, tan a juego como sus gafas de pasta negra o su sonrisa tímida acompañada de esa mirada sensual que clavaba en el suelo huyendo de coincidir con la mía.

Mi presa me había resultado tan atractiva que no pude evitar tirarme a su boca en cuanto dejó claro sus intenciones. Además, que sus besos hubiesen sido tan tímidos como él, solo conseguían que sintiera una necesidad imperiosa de comérmelo entero, de arriba abajo, hasta consumirlo contra la pared del cuarto de baño.

Pero tenía que tratarlo con delicadeza. Sí, con mucha delicadeza, porque si era capaz de correrse con un simple tocamiento, corría el peligro de deshidratarlo.

Lo miré con deseo, cardiaco, y muriéndome de ganas de follármelo duro, sin embargo su rostro, tras descubrir que se había lecheado, se enrojeció, y su mano soltó mi rabo como si de repente quemara. Entonces me miró asustado. Luego apartó la mirada de mí y rodeó el baño con estupor. Y con prisa, mucha prisa, salió disparado sin que me diera tiempo siquiera de subirme los pantalones.

     — ¡Espera! ¡Espera!

Pero mi presa no solo no esperó, sino que mis palabras impidieron que se detuviera.

Y por alguna extraña razón, sentí la necesidad de volver a seguir sus pasos.

Me llevaba ventaja en la huida, más si tenía en cuenta que primero debía meter a la fiera entre los pantalones y disimular que estaba empalmado, cosa imposible cuando vas en chándal y el rabo te mite 22.5 centímetros. Lo cuerdo habría sido quedarme y esperar, pero quedarme y esperar me alejaría de mi presa para siempre.

Cuando salí del cuarto de baño tuve que echar un vistazo rápido en todas las direcciones. La planta “Moda Joven” de El Corte Inglés no estaba concurrida, solo algunas personas miraban con tranquilidad la ropa mientras otros paseaban ya con sus bolsas, todos ajenos a lo que acababa de pasar en el cuarto de baño, a unos metros de ellos.

¿Dónde estás?

Muy probablemente mi presa se estaría dirigiendo a la salida. Ahora estaría bajando por las escaleras mecánicas, planta por planta, cada vez más lejos de mí, haciendo imposible alcanzarlo, pues de dar con él, en medio de la calle, qué podría decirle sin parecer un loco acosador.

Desistí de mi empeño en cuanto llegué a las escaleras mecánicas. Entonces volví sobre lo andado, y mientras regresaba al cuarto de baño animado a descargar las pelotas, lo vi.

Me estaba buscando con la mirada aunque con gran timidez. Luego, cuando me centré en él, pasó a colocar los vaqueros que tenía en la mano y a mirar otros con fingido interés, nervioso e inquieto.

¡Me puso a mil!

Jugando a su juego me coloqué a unos metros de él, y como si quisiera comprarme alguna de las camisas que tenía delante, simulé interés por una y otra mientras mi atención se centraba en mi tímida y apetecible presa.

Excitado con la caza, empecé a disfrutar del nerviosismo evidente que mostraba mi presa. Su mirada intentaba buscarme con discreción, sin embargo no se lo estaba poniendo fácil. Para verme debía girarse y dejar los vaqueros a su espalda, y lo hizo, lo hizo cuando se dio cuenta de que podría haberme ido.

Entonces le sonreí, y los vaqueros que tenía en las manos se cayeron al suelo.

Cuando los recogió y los colocó en los percheros, yo ya estaba a su lado, simulando interés por esos mismos pantalones que llevaba mirando desde hacía tiempo.

   — ¡Sígueme!—susurré hacia la nada.

Y regresé al cuarto de baño sin mirar hacia atrás, sabiendo que mi presa me seguiría.

Y me siguió, aunque se tomó su tiempo me siguió.

Mi fiera se había puesto dura en cuanto entré en el cuarto de baño. No había nadie, volvíamos a estar solos, y esta vez mi presa no sería el único en correrse. Sin embargo se quedó paralizado cuando entró y me vio apoyado en una de las puertas de los cubículos. Su rostro volvió a sonrojarse, y su tímida pero inquieta mirada alternaba el suelo y mi cara.

   — Ven—susurré haciéndole señas con un dedo.

Mostrándose dubitativo, dio un paso al frente, y otro. Luego se paralizó y volvió la mirada hacia la puerta.

¡No te vas a escapar!, pensé, sobándome el paquete.

Y fui hacia él con decisión.

   — Ay, no, lo siento—dijo dándome la espalda, animado a salir del cuarto de baño.

Entonces lo rodeé con mis brazos yendo directo a probar su cuello con mi boca y mi lengua mientras le hacía sentir mi pollón duro en su culo, y mi mano iba buscando su rabo.

Temblaba, mi presa temblaba.

¡Me puso a mil!

Su pollón estaba tan duro como el mío, y se intuía un rabo generoso en grosor y longitud.

Este es uno de los momentos más especiales de un primer encuentro. Ese momento en el que tocas el rabo a través del pantalón y empiezas a imaginar cómo será, que olor tendrá, y la excitación te enciende como un loco que no puede pensar en otra cosa hasta que descubre qué se esconde ahí.

Mi presa temblaba y gemía con cada movimiento de mi lengua en su cuello. También sintiendo mis 22.5 centímetros de carne dura en su culo. Y con mi mano, con mi mano adentrándose entre el pantalón y el calzoncillo.

Depilado, y generoso, su pollón al tacto me resultaba tan morboso como excitante, lo quería sacar de su jaula y menearlo, y chuparlo, pero mi presa no aguantó más la presión, y aunque intentó reprimir sus gemidos de placer, pronto sentí su leche espesa y caliente esparcirse por mi mano.

Se había vuelto a correr sin que apenas lo tocara. Ni siquiera me había dado tiempo de ver su polla, o de meneársela. 

Avergonzado, se apartó de mi lado con rapidez e intentó salir del baño a toda prisa.

   — ¡Qué vergüenza! Lo siento—dijo incapaz de mirarme a la cara.
   — Espera, no te vayas—lo agarré de la mano y lo conduje hasta uno de los cubículos.

Y sin decirle nada, lo volví a besar. Besos suaves y delicados como él. Besos sin lengua. Besos sin la pasión desmedida que me pedía el cuerpo pero que podrían haberle asustado, o provocado otro orgasmo.

Mientras tanto le desabroché los pantalones cortos y le saqué el rabo. Seguía empalmado y con la leche impregnada en los calzoncillos y en la polla, polla gorda, venosa, y larga, larga pero con la punta curvada ligeramente hacia la derecha.

Nunca había visto un rabo torcido, y aunque en un primer momento me pareció extraño, no tardó en encenderme como un loco. Entonces empecé a limpiar su lefa con la lengua, con movimientos lentos pero envolventes, hasta que sentí que a su pollón le daban espasmos recurrentes, espasmos que traían como consecuencia otra lluvia de leche. Sin dudarlo, me metí su pollón en la boca tan rápido como rápido explotó su lefa.

Y jadeó, jadeó enloquecido, jadeó exhausto de placer.

Mi presa había tenido tres orgasmos en apenas tres movimientos.

¡Me puso a mil! ¡A mil por segundo!

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Tres corridas en tres movimientos
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