Cuando un polvo es muy bueno, no lo disfrutas una vez, sino dos, tres, o incluso más veces. Depende de la calidad del mismo, y sobre to...
La mañana siguiente me desperté, como siempre, con una erección de caballo. Todavía podía percibir el sabor de sus pollas, escuchar sus gemidos, y sentir la leche de Rober derramada entre mis dedos.
Me bajé los calzoncillos lo suficiente para dejar el cabezón al aire, y empecé a menearme el rabo imaginando que volvía a tenerlas en mi boca.
Cris no era especialmente guapo, aunque dentro de la media, su polla no estaba nada mal. El cabrón destacaba sobre todo por sus corridas, no solo en cantidad, sino en el espesor de las mismas. Su polla expulsaba leche con una presión digna de cualquier curtido actor porno.
Rober, al contrario, entraba en el grupo de guaperas del colegio. Con novia estable desde hacía meses, lo máximo que había conseguido era hacerle un dedo y recibir a cambio un pajote mal hecho. Su polla era la más corta de los tres, también la más fina, y sus corridas pasaban desapercibidas si las comparábamos con las nuestras. Pero tenía labios carnosos, y se curraba mucho mejor las mamadas, o al menos eso me parecía. Lo cierto es que Rober me ponía más que ningún otro amigo, con lo que ya tenía casi todo el trabajo hecho sin apenas esfuerzo.
Por entonces desconocía las etiquetas que daban los adultos a cada comportamiento sexual, así como los juicios de valor que correspondía a cada hecho: que si machote para quién se follaba muchas tías, mariconazo para quién no. Pero a mí me daba igual, estaba empezando a descubrir un mundo con múltiples opciones. Solo eran cuerpos, sexo y placer, y mi polla se ponía dura con cualquiera que quisiera echársela a la boca.
Esa tarde volvimos a reunirnos en casa de Cris. Después de las tareas de clase tocaba hablar de sexo y culminar con una paja, al menos ocurría así antes de que probáramos el sexo oral. Yo llevaba todo el día tan empalmado pensando en ese momento, que probablemente la polla me habría estirado hasta crecer un par de centímetros más. Hasta entonces nunca había ido tan cachondo por la vida. Haber probado una polla era lo mejor que me había pasado con diferencia. Quería repetir, claro que quería repetir. Incluso había fantaseado cómo rodearía el cabezón con mi lengua, o cómo sería que eyacularan dentro de mi boca. Pero a última hora, en clase de Naturales, el profesor nos explicó la atracción de los imanes poniendo de ejemplo la homosexualidad:
— Los polos opuestos se atraen, los mismos se repelan. Por eso un hombre tiene que yacer con una mujer, porque un hombre con otro hombre no es natural.
Mientras hablábamos de sexo en casa de Cris, Rober recordó las sabias palabras del profe, dejando caer la pregunta que más tarde acabaría sembrando la duda.
— Lo que hicimos ayer... no será de maricones, ¿no?
Hubo un silencio prolongado que ninguno nos atrevíamos a romper. Los paquetes duros de mis amigos habían menguado helando el ambiente. Algo me decía que me iba a quedar sediento de sexo, hambriento de sus rabos. Y no, no me había pasado todo el día cachondo para nada.
— No creo, ¿no? No nos hemos besado como tres maricas.
Ambos echaron a reír.
El ambiente se relajó, las erecciones fluyeron dirigidas por las hormonas. Impaciente, iba a volver a meterme sus pollas en la boca mientras la mía latía excitada.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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